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Alba Castellano Navarro

Doctora en Etología, investigadora colaboradora en el departamento de Zoología 

Durante décadas se pensó que ciertas capacidades cognitivas eran exclusivas del ser humano. El uso de herramientas —por ejemplo— fue considerado un rasgo estrictamente humano hasta que Jane Goodall observó cómo los chimpancés en Gombe usaban ramitas para extraer termitas, demostrando que eran capaces de fabricar y utilizar herramientas en su búsqueda de alimento (Goodall, 1964). 

También, la cultura dejó de considerarse un fenómeno exclusivamente humano cuando los macacos de la isla de Koshima sorprendieron al mundo: una joven hembra comenzó a lavar batatas en el río, y esta innovación conductual fue imitada por otros miembros del grupo, documentando así un caso claro de transmisión cultural no humana (Kawai, 1965). 

Recientemente, estudios con grandes simios han cuestionado otra de las capacidades que durante mucho tiempo se consideró exclusivamente humana: la teoría de la mente, entendida como la habilidad de atribuir a otros creencias, conocimientos o intenciones diferentes de los propios. Investigaciones como la de Krupenye et al. (2016) han mostrado que estos animales pueden anticipar el comportamiento de otros basándose en creencias falsas, una manifestación compatible con formas incipientes de teoría de la mente. 

Ahora, este estudio, publicado en Science (Rajendran et al., 2025), suma otra pieza a este rompecabezas: el ritmo musical. Los autores han demostrado que los macacos pueden detectar, anticipar y sincronizarse con el ritmo de música real, un comportamiento que hasta ahora se creía exclusivo de los humanos y unas pocas especies con capacidades vocales complejas, como ciertas aves cantoras. 

En una serie de tres experimentos, los macacos no solo aprendieron a marcar el ritmo mediante golpeteos sincronizados, sino que eligieron espontáneamente hacerlo, incluso cuando no era necesario para recibir una recompensa. Esta capacidad sugiere que la sincronización rítmica no es una propiedad ‘todo o nada’, sino que puede emerger gradualmente si se coordinan ciertos procesos cognitivos básicos. 

Este hallazgo da lugar a una nueva propuesta teórica: la hipótesis de los 4 componentes (4Cs). Según esta hipótesis, cualquier especie que pueda (1) detectar patrones auditivos, (2) hacer predicciones temporales, (3) coordinar acciones motoras con esos patrones y (4) asociar esa conducta con una recompensa, podría desarrollar cierto grado de percepción musical rítmica. Es un enfoque más inclusivo que el modelo anterior, basado exclusivamente en el aprendizaje vocal, y permite trazar una continuidad entre especies. 

Los autores aclaran que esto no significa que los macacos tengan una vivencia de la música como la humana. A diferencia de los humanos, que muestran esta habilidad de forma natural desde la infancia, los macacos necesitaron un entrenamiento extensivo y encontraron la tarea exigente. La motivación para sincronizarse no parece ser intrínseca, sino condicionada por el sistema de recompensas. Aun así, una vez entrenados, los macacos generalizaron la habilidad a nuevas canciones, lo que sugiere la activación de mecanismos cognitivos comparables a los humanos. 

En conjunto, este estudio no solo desafía nuestras ideas sobre la musicalidad animal, sino que refuerza una visión más gradual y evolutiva de la cognición compleja. Como ha ocurrido con el uso de herramientas, la cultura y la teoría de la mente, el ritmo deja de ser una frontera estrictamente humana. La línea que nos separa de otras especies con capacidades cognitivas complejas se vuelve cada vez más fina, recordándonos que compartimos un pasado común y también algunas de las capacidades que creíamos exclusivamente nuestras.

ES