Jorge Hernández Bernal
Investigador en el Laboratoire de Météorologie Dynamique, Sorbonne Université, CNRS (Francia)
Las megaconstelaciones de satélites vienen siendo, en los últimos años, una preocupación para la comunidad científica, entre otros motivos, porque los satélites, al cruzar el campo de visión de los telescopios, pueden estropear las observaciones astronómicas. Quienes solemos fijarnos en el cielo nocturno hemos observado con preocupación en los últimos años un aumento escandaloso de la cantidad de satélites que se pueden ver constantemente a ojo desnudo. Algunas voces tecnooptimistas han propuesto, no sin cierto cinismo, que la solución será que las observaciones astronómicas se desplacen completamente al espacio, generalizando los observatorios espaciales, como el famoso Hubble o el más recientemente lanzado JWST.
Este estudio por primera vez cuantifica de forma sistemática el efecto de las megaconstelaciones de satélites sobre los observatorios espaciales (efecto que ya era conocido) y muestra que van a ser un problema muy grave para algunos de los principales observatorios que actualmente se están planeando.
Aunque el estudio propone algunas soluciones para mitigar estos efectos, como elevar la órbita de los observatorios astronómicos para separarlos de las megaconstelaciones, los autores son conscientes de que este tipo de soluciones son más bien parches que no atienden a la totalidad del problema ni a la raíz de sus causas.
Además de amenazar las observaciones astronómicas, las megaconstelaciones degradan el patrimonio cultural que es el cielo nocturno; ponen en peligro el uso pacífico y común del espacio, al aumentar el riesgo de un Síndrome de Kessler; suponen un alto número de lanzamientos de cohetes y desintegraciones de basura espacial, con su consecuente impacto sobre la capa de ozono y el cambio climático; etc. El problema con las megaconstelaciones de satélites es, como otros problemas de nuestra civilización (la crisis climática, ecosocial y de recursos, la deriva belicista...), simplemente un síntoma de un sistema socioeconómico fuera de control que, con sus ansias irracionales de crecimiento hacia ninguna parte, nos arrastra hacia el colapso.
El exceso de poder de las megacorporaciones y la falta de voluntad negociadora de las potencias imperialistas del Norte global, bloquean el desarrollo de acuerdos y regulaciones internacionales que posibiliten un uso del espacio racional y justo para el conjunto de la humanidad. Como consecuencia, el número de satélites que se planea desplegar es sencillamente inasumible y no hay una coordinación ni planificación a la altura de las necesidades. El despliegue de las megaconstelaciones está respondiendo a intereses particulares y la competición entre megacorporaciones y estados.
La solución pasa por una democratización real del espacio. Esto implica, entre otras cosas, que las decisiones sean multilaterales, transparentes y abiertas a la sociedad civil internacional, en lugar de tomarse de espaldas a la ciudadanía y estar a la merced de estados y empresas particulares. Deberíamos preguntarnos: ¿Qué servicios pueden ofrecernos las megaconstelaciones? ¿Cuáles de esos servicios son realmente deseables y útiles para el bienestar general en el marco de la crisis climática y ecológica? ¿Queremos tener megaconstelaciones de satélites? Y, si es así, ¿cómo podemos a nivel global poner en marcha esos servicios de forma justa y eficiente?