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Alejandro Caparrós

Catedrático de Economía de la Universidad de Durham (Reino Unido), profesor de Investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y autor principal (Lead Author) del capítulo de Cooperación Internacional del AR6 del IPCC

La cumbre de Belém nos ha dejado dos mensajes claros.  

Primero. Los viejos líderes ya no lideran y los nuevos todavía no están en condiciones de tirar del carro. Las negociaciones climáticas han sido lideradas por la Unión Europea y los EE.UU. durante las últimas décadas, con notables éxitos cuando han remado en la misma dirección, como en Kioto o en París. Los EE.UU. no han enviado ninguna delegación a Brasil, y la UE anunció hace unos días una línea roja —el acuerdo debía mencionar expresamente una senda para abandonar los combustibles fósiles— que ha cruzado sin dudar al aceptar un acuerdo sin mención alguna a dicha senda. Por otro lado, China parecía llamada en los últimos meses a suplir la ausencia de liderazgo de los antiguos líderes. Todavía no, aunque su momento llegará. Aunque ya no es realmente un país en desarrollo, sigue alineado con los países en desarrollo que han logrado un compromiso de aumentar la financiación destinada a la adaptación de los países más vulnerables. El compromiso es modesto, pero probablemente más importante que la inclusión o la exclusión de una referencia a los combustibles fósiles con la que la UE, el Reino Unido y otros países han pretendido liderar las negociaciones.  

Segundo. Ha llegado el momento de distanciar las COP, con una cita cada dos años, o dos citas cada cinco, como sugirió Suiza recientemente. Los flecos del Acuerdo de París están cerrados y no necesitamos nuevas declaraciones; necesitamos implementar los acuerdos existentes. La irrelevancia de esta COP en los medios ha sido notable. La pantomima de la negociación de última hora para salvar el planeta no puede repetirse cada año, o deja de ser creíble. 

ES