El síndrome de burnout o "síndrome del trabajador quemado” es una situación clínica que ha ido ganando interés entre terapeutas e investigadores sociales desde que fue descrita por primera vez, en los años setenta. Se han producido miles de artículos de investigación sobre este síndrome en los últimos veinte años.
De diagnóstico impreciso inicialmente, la 11ª edición de la Clasificación Internacional de Enfermedades (ICD, siglas en inglés) la incluye como enfermedad profesional. Se la define como síndrome derivado del estrés laboral no manejado adecuadamente, y plasmado en la afectación de tres dimensiones:
- Fatiga emocional: percepción de falta de energía y presencia de agotamiento.
- Despersonalización: distanciamiento de la actividad laboral, con sentimientos negativos y manifestaciones de cinismo.
- Percepción de pérdida de capacidad profesional.
El patrón consiste en profesionales que refieren agotamiento físico y mental asociado a un estrés laboral crónico que altera su actividad profesional y social, y que sufren pérdida de autoestima profesional y alejamiento del objetivo de su trabajo. Las consecuencias de este síndrome se extienden a la salud mental de los profesionales afectos, su entorno familiar y el rendimiento profesional.
Encuesta a profesionales en Urgencias de 90 países
La Sociedad Europea de Medicina de Urgencias y Emergencias (EUSEM) ha realizado una encuesta internacional para estimar el grado de “burnout” en los profesionales de los sistemas de urgencias (servicios de urgencias prehospitalarias y hospitalarias). Se han recibido respuestas desde 90 países. Los autores han utilizado una metodología que facilita su comparación con otras publicaciones y su reproductibilidad en el futuro −la metodología descrita por Maslach−.
El estudio ha puesto de manifiesto que hasta un 60 % de los 1.925 encuestados alcanzaba nivel de burnout en al menos una de las dos dimensiones Fatiga emocional y Despersonalización. Estas cifras son superiores a las registradas en el periodo prepandemia, y al de otras especialidades médicas.
Los niveles de burnout en los países con número de encuestados suficiente mostraba una importante variabilidad, lo que sugiere la necesidad de un análisis detallado que considere los diferentes modelos de sistemas de salud.
Las enfermeras tienen 1.75 veces más riesgo de padecer burnout que los médicos trabajando en el mismo entorno. También dicen estar más ‘quemados’ los trabajadores con menor experiencia o en formación: los profesionales con menos de cinco años de experiencia tienen un riesgo tres veces mayor que quienes superan los 20 años trabajando.
Más ‘burnout’ cuanto menos personal
Es conocida la asociación de la sobrecarga laboral con la aparición de burnout. El grado de burnout es 2.7 veces mayor entre encuestados que manifiestan que su centro de trabajo sufre déficit de personal en ocasiones. Cuando la escasez de plantilla es frecuente, los profesionales declaran 10 veces más burnout.
El exceso de rotación de personal ejerce un efecto negativo en la calidad del proceso asistencial, y se asocia a altos niveles de burnout. En los profesionales que manifestaron frecuentes deseos de cambiar de puesto de trabajo el burnout fue cuatro veces superior al de quienes no pensaban en cambios.
La encuesta refleja la situación de los profesionales de los sistemas de emergencias médicas, con las limitaciones propias de toda encuesta, pero nos aporta información útil para conocer la situación de los profesionales tras el periodo de pandemia.
El círculo vicioso de las plantillas deficitarias
La situación detectada resulta preocupante al confluir los altos niveles de burnout y el déficit de profesionales, dos problemas con efectos potenciadores. Los datos apuntan a la necesidad de romper este círculo vicioso que afecta muy negativamente la capacidad asistencial de los sistemas sanitarios.
El burnout afecta a los profesionales sanitarios, a sus familiares y por extensión al proceso asistencial; pero son los propios sistemas, con su desequilibrio entre la demanda y la capacidad de respuesta, los que están en la base del problema.
Por lo tanto, el grado de burnout en los profesionales puede ser considerado un marcador de la salud de la organización. Las acciones correctoras centradas únicamente en aumentar la resiliencia de los profesionales no aportan una solución válida.
Organizaciones como la OMS han entendido la importancia del problema y han realizado guías que orienten hacia acciones con suficiente soporte científico. En cualquier caso, la orientación no puede ser únicamente el manejo de los síntomas, es necesario centrarse en las causas, y replantear los sistemas es la pieza clave para abordar este problema.