Autor/es reacciones

Esther Rincón

Investigadora principal del grupo de investigación Psycho-Technology, del departamento de Psicología de la facultad de Medicina de la Universidad San Pablo CEU

El artículo tiene calidad. ¿Qué implicaciones tiene? No podemos confundir a la sociedad con lo que es un hábito y una adicción, porque son totalmente distintos. Un hábito es una conducta que repites en el tiempo, de hecho, los seres humanos somos bastante proclives a desarrollar hábitos; desarrollamos hábitos constantemente en nuestra vida cotidiana. El problema es cuando un hábito se convierte en una necesidad y subrayaría el concepto de necesidad. Ahí es cuando tenemos una adicción.  

Según las guías clínicas que utilizamos para diagnosticar una adicción, tienen que aparecer tres elementos y son: tolerancia, abstinencia y consecuencias negativas. Estoy hablando, sobre todo, de adicciones a sustancias. Las adicciones a las redes sociales, véase Instagram, TikTok, otras, o las adicciones a internet, entrarían dentro del paraguas de las adicciones digitales que no están recogidas en estos manuales. Por tanto, el problema que tenemos fundamentalmente aquí los sanitarios es que no podemos diagnosticar estos cuadros porque estos no existen en las guías internacionales que para nosotros son el DSM-5, que es el americano, y en Europa la CIE-11, que es de la Organización Mundial de la Salud. Como no existe un cuadro que se llame adicción a internet o adicción a TikTok o adicción a redes sociales en general, es difícil establecer esa línea roja de dónde está el uso excesivo o uso problemático (como se suele mencionar en ciencia) del uso adictivo. 

Pero no se debe confundir lo que es un hábito, insisto, con una adicción. Una adicción a redes sociales o una adicción a internet o una adicción a videojuegos cursa con sintomatología muy similar a la que cursa con adicciones a sustancias: síntomas de tolerancia, abstinencia y, por supuesto, consecuencias negativas. 

Un hábito se puede llegar a convertir en una adicción cuando aparece la necesidad, es decir, empezamos a consultar redes sociales por el mero hecho de hacerlo, lo solemos hacer siempre, por ejemplo, cuando nos acostamos y cogemos el móvil y empezamos a hacer scrolling y a ver redes sociales. Eso se puede convertir en un hábito de forma que, todas las noches cuando me acuesto en la cama y me quedo ya más tranquila, es cuando veo redes sociales o chequeo mis redes. Hasta ahí no habría problema; el problema viene cuando si yo un día no tengo ese momento para hacer ese scrolling y chequear mis redes sociales, eso me genera malestar, inquietud, irritabilidad o disforia. Esas son señales de que eso ya no se está convirtiendo en un hábito sino en una necesidad. “Necesito hacer esto para encontrarme bien”. Cuando ocurre eso tenemos que empezar a mirar qué está pasando.  

La tolerancia implica que cada vez tengo que consumir más redes sociales para que el efecto placentero, de desconexión, se produzca, por lo que cada vez estoy más tiempo conectada. Y la abstinencia, cuando no puedo tener acceso a las redes, empieza un sentimiento disfórico evidente: tengo irritabilidad, tengo malestar... Es ahí cuando tenemos que empezar a preguntarnos si efectivamente estamos desarrollando un problema o no. No debemos confundir a la sociedad entre lo que es un hábito y una adicción. 

El problema que tenemos fundamentalmente los investigadores y los sanitarios que nos dedicamos a esto es que, como no tenemos manuales que nos permitan decir unos criterios diagnósticos claros, hay como una vorágine diagnóstica ahí. Nos apoyamos en cuestionarios, como menciona el estudio, para diagnosticar, pero sí que lo estamos viendo en clínica. Tenemos casos, tenemos casos muy graves y, además, en población infanto-juvenil estamos teniendo casos bastante importantes de fracaso escolar y problemática familiar. Las redes sociales también tienen componentes que son potencialmente adictivos, como por ejemplo el scrolling infinito, por lo que hay que tener mucho cuidado. No hay que demonizarlas, porque las redes sociales tienen funciones muy importantes para la sociedad, pero sí tomarlas con cautela, no infravalorarlas e instruir a la sociedad en qué señales tenemos que tener en cuenta. 

También, que tengamos cada vez más necesidad de consumir redes, cada vez durante más tiempo y aunque eso nos implique consecuencias negativas, es otra indicación muy clara de que podemos tener adicción. Por ejemplo, que duermo menos horas, me levanto mucho más cansado por estar consumiendo redes sociales o en mi puesto de trabajo, en vez de estar trabajando, estoy consumiendo redes sociales y eso me trae consecuencias negativas, o no hago mis deberes del colegio, o hay problemática familiar porque no suelto el móvil y es la hora de cenar o es la hora de los deberes.   

¿Vemos gente en consulta que nos diga que tiene adicción a Instagram? Es raro. Generalmente nos llegan con otro tipo de problemáticas asociadas a las adicciones digitales; es lo que nosotros llamamos comorbilidad o patología dual. Patología dual es que a lo mejor tienes una adicción a sustancia y además se acompaña de una adicción digital, o tienes un cuadro de otra índole, ansioso, depresivo, y de repente te das cuenta de que también hay adicciones digitales de por medio. Estamos viendo que la sociedad no es consciente de la importancia que tiene establecer límites y que sean claros, sobre todo los adultos, que somos modelos para menores. 

En resumen, es interesante leer estudios de este tipo para ver si efectivamente estamos en esta situación o la profecía autocumplida, “sí soy adicto”. Decir que una persona es adicta es una cosa seria. Tenemos que tener en cuenta en qué invertimos nuestro tiempo: si estamos invirtiéndolo de forma racional y con una decisión tomada, o el tiempo no se está consumiendo, porque ocurre muchas veces y forma parte de los elementos adictivos. Cojo el teléfono o la tablet y empiezo sin ninguna intención clara, simplemente mi intención es evadirme, del día duro en el trabajo, y cuando me doy cuenta llevo cuatro horas ahí. Son cuatro horas que he perdido de hacer otras cosas y en menores, con las interacciones sociales, es muy evidente. Tenemos una reducción de interacciones sociales en menores porque están interaccionando virtualmente, pero la interacción social es muchísimo más poderosa y mucho más beneficiosa para ellos que la virtual. 

Por tanto, cuando un comportamiento que hago por el mero hecho de divertirme o de pasar el rato se convierte en una necesidad, es un problema que hay que ver porque no va a tender a remitir; probablemente, tienda a ir peor.  

ES