Javier Fernández Ruiz
Catedrático en el departamento de Bioquímica y Biología Molecular de la facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid
El artículo se basa en un estudio meramente descriptivo y más bien anecdótico, de características más sociológicas que biomédicas que, a partir de una serie de encuestas realizadas en Dinamarca (opción decidida por los autores dada la falta de regulación del cannabis en el ámbito veterinario en este país), refleja que existe un porcentaje alto (38 %) de propietarios de perros que usan preparaciones de cannabis no estandarizadas para tratar a sus mascotas por diferentes tipos de dolencias. Aunque la idea es interesante y se pueden extraer algunas conclusiones, la realidad es que el estudio presenta limitaciones que, sin duda, pueden haber generado sesgos que complican la validez de las conclusiones. Entre estas limitaciones, voy a destacar las tres más importantes.
La primera limitación tiene que ver con el procedimiento de obtención de las encuestas. Es cierto que no se puede considerar que el número de ellas sea pequeño, pero la forma en que se obtienen (online con publicidad a través de redes sociales) puede haber influido en la decisión de los propietarios de las mascotas de contestar o no a las encuestas, favoreciendo más contestaciones de propietarios que usan cannabis o lo contrario, lo que dificulta considerar ese 38 % como representativo de la situación en Dinamarca.
El segundo problema tiene que ver con la heterogeneidad, algo típico de este tipo de estudios que, sin duda, tiene que haber afectado de forma importante a los resultados, complicando la validez de las posibles conclusiones del estudio. Esta heterogeneidad es evidente en relación a:
- Los tipos de dolencias de las mascotas para las que se usan preparaciones de cannabis: dolor es la principal razón, pero también alergias, convulsiones, problemas dermatológicos, alteraciones de la conducta, etc.
- La variabilidad de las preparaciones utilizadas: aceite de cannabidiol (CBD) es lo más usado, pero también cannabidiol en otras formulaciones, la mayoría de ellas no controladas (no hay indicación de la presencia de otros cannabinoides y tampoco de posibles contaminantes), e incluyendo también THC en algunos casos. A considerar también dentro de esta heterogeneidad la forma de adquisición de la preparación y el origen de cada una, que hay que asumir que habrá sido muy variable en este estudio.
- Las pautas de administración que se han debido seguir, es decir, ¿qué vía de administración se ha utilizado?, ¿qué dosis y qué duración del tratamiento?, ¿cómo ha sido la distribución en el tiempo del tratamiento? Información que no se incluye en el artículo, por lo que se entiende que la variabilidad ha debido de ser muy grande.
El último problema tiene que ver con la determinación de la eficacia del tratamiento que se basa exclusivamente en la impresión de los propietarios, no en algún tipo de análisis o reconocimiento efectuado por algún servicio veterinario, lo que, sin duda, podría asimilarse al llamado ‘efecto placebo’ que, en este caso, estaría relacionado con el deseo del propietario de que su mascota se beneficie del tratamiento.
En cualquier caso, el estudio tiene su interés en la medida que reproduce resultados e identifica problemas habituales en el caso humano, con pacientes que se automedican con preparaciones de cannabis no controladas. La solución a esos problemas tendrá que venir de la regulación del uso del cannabis medicinal que, en nuestro país, todavía está pendiente, y de la asunción de que el desarrollo de medicamentos basados en cannabis/cannabinoides no es algo que solo tenga que ver con patologías humanas, sino que los posibles beneficios deberían también aplicarse en el ámbito veterinario.
A este nivel es importante destacar que existen patologías caninas que son relativamente parecidas a las humanas, por ejemplo, el caso de la mielopatía degenerativa que es relativamente similar a la esclerosis lateral amiotrófica. Este es un hecho importante, ya que el estudio de esas patologías caninas puede servir como una herramienta fundamental en la investigación de sus patologías equivalentes en el ser humano y viceversa, ya que la medicina veterinaria debería beneficiarse de los tratamientos que se desarrollan en el ámbito humano. Fortalecer esta relación es algo a lo que sí que podría contribuir este estudio.