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Nathalie Butt

Investigadora en el Centre for Biodiversity and Conservation Science de la Universidad de Queensland (Australia)

El estudio es un análisis sencillo pero contundente de la mayor desigualdad a la que se enfrentan las mujeres como defensoras del medio ambiente. El género también se cruza con el indigenismo, marginando aún más a las mujeres en los conflictos medioambientales. La instantánea presentada por la autora —utilizando solo unos pocos años como datos— es la punta del iceberg.  

Sabemos que las mujeres están sistemáticamente excluidas de la toma de decisiones, la propiedad y el control de los recursos naturales en la mayoría de los países, culturas e industrias, por lo que se encuentran en una situación de desventaja desproporcionada en lo que se refiere a la exclusión de los beneficios de las industrias extractivas y sufren de forma desproporcionada los efectos de la violencia.  

En muchos lugares, las mujeres son las responsables de proporcionar alimentos y agua a sus familias y, a menudo, dependen de los recursos naturales locales, ya sea directamente o como fuente de ingresos, por lo que son más vulnerables cuando estos recursos dejan de estar disponibles y corren un mayor riesgo en caso de conflicto.  

El hecho de que se produzcan índices tan elevados de violencia contra las mujeres incluso en países que se consideran responsables en materia de gobernanza e igualdad de género demuestra la urgente necesidad de una convención mundial sobre los derechos de la mujer de gran visibilidad y prioridad, y que rinda cuentas a escala mundial.  

La falta de consideración y de información sobre las muertes de mujeres, sobre su desplazamiento forzado, refleja actitudes globales hacia las mujeres como menos importantes, menos valiosas, simplemente menos... que los hombres. Esto tiene que cambiar.

ES