Víctor Resco de Dios
Profesor de Ingeniería forestal y Cambio global de la Universidad de Lleida
La quema de combustibles fósiles ha liberado el suficiente CO2 a la atmósfera como para cambiar el clima en apenas un par de siglos. Se trata de un proceso remarcable incluso para una historia tan larga como la de la Tierra, puesto que no se conoce parangón a una alteración atmosférica tan rápida. El clima es un sistema caótico por naturaleza, con un grado muy alto de variabilidad natural, y los estudios de atribución aparecieron para entender hasta qué punto los meteoros extremos se deben al cambio climático o a la variabilidad natural. Se basan en modelizar fenómenos extremos y comparar su probabilidad de ocurrencia con y sin cambio climático.
El informe de WWA permite, por tanto, cuantificar hasta qué punto el cambio climático ha aumentado la probabilidad de estos meteoros extremos. En este sentido, algunos datos son espeluznantes. En Sudán, por ejemplo, la probabilidad de experimentar una ola de calor como la de este año era de una cada 1600 años en 1850, mientras que en la actualidad es de una cada dos años. Los datos indican cómo las olas de calor, sequías o lluvias torrenciales son cada vez más frecuentes por el cambio climático.
Hay procesos para los cuales aún desconocemos hasta qué punto el cambio climático está aumentando su frecuencia, como en el caso de los ciclones tropicales. Y es que estudios recientes (como este de Nature Geoscience) indican que el aumento en reciente en su actividad probablemente sea pasajero, dado que se debe a procesos no relacionados con el cambio climático. El informe del WWA todavía no recoge estos nuevos estudios.
El informe otorga demasiado influencia al clima cuando habla de procesos como los incendios o las inundaciones. Y es que debemos separar procesos puramente meteorológicos, como las olas de calor, de aquellos que resultan de la interacción entre el clima y las infraestructuras. Es indudable que el cambio climático ha alargado la estación de incendios y que contribuye a que el combustible este más seco, por ejemplo, pero el fuego quema combustible y la actividad de los incendios no es enteramente atribuible al cambio climático. Tampoco lo son las inundaciones, pues dependen nuevamente de la interacción entre la meteorología y la infraestructuras forestales e hidráulicas.
En este sentido, de la misma manera que el negacionismo es fatal para la inacción climática, el ‘climatismo’ que exagera la influencia del cambio climático puede generar anticuerpos y favorecer el auge del negacionismo. La ola de calor de este año en España, con una anomalía de 4,6 ºC durante las dos semanas de principios de agosto, sin duda alimentó a la temporada extrema de incendios que vivimos. El informe de la WWA indica que esta ola de calor ha sido 40 veces más probable con el cambio climático. Pero la actividad de los incendios se hubiera podido reducir, en gran medida, con una adecuada gestión preventiva.
El cambio climático está aquí para quedarse y lo que estamos viendo estos años es apenas el principio. No podemos evitar que las olas de calor vayan en aumento, pero sí que podemos, y debemos, adaptarnos anticipadamente a los impactos negativos del cambio climático.