Natalia Martín-María
Profesora Ayudante Doctora en el departamento de Psicología Biológica y de la Salud de la facultad de Psicología, área de Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UAM
El estudio recientemente publicado en Scientific Reports informa de que la mayoría de las personas sobrestiman su uso adictivo de la aplicación Instagram cuando, en realidad, no cumplen con los criterios diagnósticos para ello (el 18 % cree que es adicto cuando solo el 2 % satisface los requisitos).
Dicho artículo en realidad engloba dos estudios diferentes: uno observacional (en el que se preguntan puntualmente ciertas cuestiones relativas al uso de la aplicación Instagram) a 380 personas adultas en EE. UU.; y otro experimental en el que participan 824 personas repartidas en dos grupos. Respecto al estudio experimental, establecen dos grupos. En el número uno (grupo experimental) los sujetos primero reflexionan sobre la adicción a Instagram y luego se les preguntan aspectos relacionados con su sensación de control y culpa por el uso de la aplicación; y en el otro (el grupo control) se hacen las mismas preguntas, pero sin la reflexión inicial. Como los autores esperaban, el primero de los grupos se percibe con menor control y siente una culpa mayor por el uso de Instagram.
La mayor implicación práctica del trabajo es que aboga por dejar de usar el término de adicción para referirse a este tipo de comportamientos que más bien informan de un hábito o, en este caso, de un uso problemático de las redes sociales. Por lo tanto, los tratamientos centrados en combatir la adicción a las redes sociales podrían no resultar eficaces para la mayoría de las personas que, según los hallazgos del estudio, no presentarían dicha adicción (entendida principalmente como la presencia de abstinencia ante la falta o la prohibición de la sustancia, en este caso el uso de Instagram, y la presencia de problemas en la vida diaria derivados del uso de dicha aplicación). Para reducir el tiempo frente a la pantalla se proporcionan algunas recomendaciones tales como: cambiar la configuración de las redes sociales para detener las notificaciones, colocar el teléfono fuera de la vista o usar el modo de escala de grises para crear fricción de diseño.
Estas erróneamente denominadas ‘adicciones comportamentales’ según los autores del estudio, a veces también llamadas adicciones sin sustancia (donde, por ejemplo, también podrían encajar las compras compulsivas por internet o el uso de videojuegos), pueden ser muy difíciles de diferenciar de un hábito. En líneas generales, en psicología, un comportamiento empieza a ser problemático cuando nos crea sufrimiento o afecta a nuestro día a día (trabajo o estudios, relaciones, familia…). En las adicciones (con sustancia) sabemos que la propia conciencia de tener un problema puede no llegar nunca o hacerlo tras mucho tiempo; en cuanto al uso de las nuevas tecnologías, no hay todavía un posicionamiento claro al respecto.
La limitación más importante del estudio es que la muestra está conformada por personas mayores de edad con una media de 44 años. Sería altamente recomendable poder replicar este estudio con una muestra de jóvenes y adolescentes, desde los 12 años (edad a la que de media tienen su primer móvil) hasta los 30 años. Esta es la población que más uso suele hacer de plataformas del estilo de Instagram y que, por tanto, se sitúa como más vulnerable a presentar una utilización excesiva e inadecuada de ellas, sin llegar a ser del todo conscientes del tiempo que les dedican y de si su uso es intencionado (con un propósito) o meramente accidental (al realizar scroll constante de vídeos que les llegan sin pararse a pensar si ese contenido es o no deseado).