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Alberto Ortiz Lobo

Doctor en Medicina y psiquiatra del Hospital de Día Carlos III - Hospital Universitario La Paz (Madrid)

La investigación mide el efecto en la reducción de la puntuación en una escala de depresión que produce una estimulación transcraneal de corriente continua autoaplicada en domicilio, con la asistencia online de un profesional, frente a una estimulación simulada. Los resultados del estudio al cabo de diez semanas (un periodo muy breve para evaluar el verdadero impacto de la intervención a medio y largo plazo) indican que los dos grupos redujeron su puntuación, tanto aquellos que se autoaplicaron una estimulación auténtica como la simulada, pero que los primeros puntuaron significativamente menos que los segundos.   

Estos resultados dan cuenta del efecto placebo que sucede en los estudios de eficacia. En este caso, tener un aparato de alta tecnología que se aplica en la cabeza y que está monitorizado por un profesional en cada sesión, genera esperanzas y mejorías a corto plazo (no sabemos qué sucede más allá de las diez semanas), incluso si el tratamiento es simulado. Cabe preguntarse cuánta de la diferencia significativa estadísticamente se debe a que muchos participantes podían intuir si estaban en el grupo del tratamiento o la simulación por los efectos colaterales que se anticipaban a los participantes: por ejemplo, el 63,5 % de los que recibieron la estimulación transcraneal presentaron un enrojecimiento de la piel donde se ponían los electrodos (indicativo de que estaban en el grupo de tratamiento), y solo el 18 % de los que recibieron la simulación reportaron este efecto.  

La extensa declaración de conflictos de intereses de los investigadores es preocupante por la vinculación financiera de muchos de ellos a compañías biomédicas dedicadas a comercializar tratamientos, y el segundo firmante declara trabajar a tiempo completo para una empresa de estas características. Este estudio es también la muestra constante de cómo la investigación en salud mental y su difusión está determinada por las grandes compañías que venden medicaciones y otros productos tecnológicos, lo que supone que el discurso hegemónico sobre el sufrimiento mental y su abordaje se reduzca al individuo y su cerebro, desconsiderando los factores sociales, biográficos y el contexto en general de las vidas de las personas. 

ES