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Álvaro Páez Borda

Jefe de Servicio de Urología del Hospital Universitario de Fuenlabrada, profesor asociado de Ciencias de la Salud de la Universidad Rey Juan Carlos y Chairman de la rama española del European Randomized Study of Screening for Prostate Cancer

Se trata de un estudio liderado por el Instituto de Investigación en Cáncer y el Royal Marsden Hospital de Londres y desarrollado en la zona sureste de Inglaterra. El estudio está plenamente justificado, toda vez que, como muy bien señalan sus autores, no existe ningún programa de cribado poblacional para la detección precoz del cáncer de próstata aceptado internacionalmente. ¿Y por qué, si el cáncer de próstata es un verdadero problema de salud? Básicamente, por el elevado número de diagnósticos falsos positivos, por las complicaciones de la biopsia de próstata y por el sobrediagnóstico implícito en las aproximaciones canónicas al asunto. En ese sentido, el estudio entronca con otras iniciativas –como la incorporación de la resonancia magnética (RM)– que persiguen poner fin, de una vez por todas, a esas limitaciones.  

El estudio –prospectivo, no aleatorizado– se basó en el análisis genético de voluntarios reclutados mediante invitación postal; cuando se detectó un elevado riesgo de cáncer de próstata en ese test (que emplea saliva), el estudio se completó con la determinación de PSA (Antígeno Prostático Específico), la RM y la biopsia de próstata. Se detectó un cáncer de próstata en el 40 % de los pacientes biopsiados; más de la mitad (55,1%) de esos cánceres fueron de riesgo intermedio o elevado. Y, lo que es más importante, la mayor parte de esos cánceres (el 71,8 %) no habrían sido detectados si se hubiera empleado la estrategia estándar en el Reino Unido (determinación de PSA seguida de RM). No es de extrañar, toda vez que la mediana del nivel de PSA fue de 2,1 ng/ml (téngase en cuenta que el nivel de PSA generalmente aceptado como ‘sospechoso’ está en 3-4 ng/ml), cuestión que vuelve a subrayar las limitaciones del PSA en el contexto del cribado. Sin embargo, el sobrediagnóstico no parece haber mejorado dramáticamente con la utilización del análisis genético en comparación con el mero empleo del PSA como herramienta de cribado.  

Si bien los resultados resultan muy prometedores, la baja tasa de participación (22,2 %) y las retiradas de los pacientes del estudio hipotecan por completo las posibilidades de implantación de la estrategia que proponen los autores; simplemente, para que un programa de detección precoz sea útil tiene que ser aceptado por muchos más individuos. Los autores sugieren que la pandemia de 2019 podría haber actuado en contra del estudio, pero los datos son los datos.  

Por otra parte, el estudio tuvo lugar sobre un sector poblacional muy seleccionado (europeos con nivel educativo elevado), de modo que habría que ver su rendimiento en otro tipo de poblaciones con mayor riesgo subyacente de cáncer de próstata.   

En definitiva, un estudio bien planteado y mejor ejecutado, que subraya las enormes limitaciones de las estrategias basadas en la mera determinación del PSA, pero que no está ni remotamente listo para ser trasladado a la vida real.

ES