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Ángel Borja

Investigador principal en el área de Gestión Ambiental de Mares y Costas de AZTI y editor jefe de la revista Frontiers in Ocean Sustainability

Pocas veces se puede decir que un tratado internacional es histórico, pero en este caso es verdad. Tras muchos años de discusión, se ha aprobado el tratado de conservación y uso sostenible de la biodiversidad marina fuera de las áreas bajo jurisdicción nacional. Para hacernos una idea de su importancia, baste decir que estas áreas ocupan el 40 % de la superficie del planeta y el 64 % del océano. Hasta ahora, estas áreas no estaban sujetas a ninguna regulación, por lo que cualquier país podía hacer lo que quisiera. Al menos ahora hay una serie de aspectos que se regulan, como:  

  • Los recursos genéticos marinos, que cada vez tienen una mayor importancia respecto a avances en medicina, alimentación, etc.  
  • La gestión y protección de áreas marinas, necesarias para alcanzar el objetivo de protección del 30 % del océano y contribuir a conservar la biodiversidad y detener su pérdida, así como a luchar contra el cambio climático.  
  • La realización de evaluaciones de impacto ambiental, necesarias para multitud de actividades crecientes, como la instalación de energías renovables, explotaciones mineras o instalación de cables submarinos.  
  • La creación y transferencia de tecnologías marinas, promoviendo la cooperación entre países para llegar a conocer nuestros mares como conocemos, por ejemplo, la Luna.   

Es cierto que aún hay aspectos mejorables –por ejemplo, no se contempla la pesca en el tratado, no está claro cómo se podrá hacer cumplir algunas resoluciones, etc.–, pero es un buen punto de partida para poder alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible para 2030.

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