Ángela Vidal
Neuróloga responsable de la Unidad de Neurología Autoinmune Central en el Hospital de la Santa Creu i Sant Pau de Barcelona
Desde luego es un estudio interesante, pero que debe interpretarse con cautela. Es un estudio retrospectivo, y como todos estos estudios existen ciertos aspectos metodológicos que limitan sus hallazgos y conclusiones.
Del total de pacientes que recibieron tratamiento con terapias anti-CD20 en la cohorte multicéntrica francesa, más de la mitad no pudieron ser incluidos para el análisis y los autores no aportan datos para saber si el grupo incluido es realmente representativo de los pacientes a los que se les indica estas terapias y algo similar ocurre con el grupo control. Es importante también destacar que se incluyeron muy pocos pacientes con ocrelizumab (que es el fármaco actualmente aprobado para el manejo de los pacientes con esclerosis múltiple primaria progresiva —EMPP—) y que, debido a las indicaciones con las que se puede prescribir este tratamiento, las características de los pacientes incluidos en los dos grupos (tratados y no tratados) son muy diferentes. Por mucho que los autores utilizaron diferentes técnicas estadísticas para controlar por estas diferencias, los cambios biológicos subyacentes no pueden en muchas ocasiones ajustarse y asegurar una correcta comparación.
Como es de esperar, muchos de los pacientes no tratados fueron incluidos antes del año 2018, momento en el que se aprobó ocrelizumab para los pacientes con EMPP y, por tanto, en muchos de estos casos no había información sobre las resonancias magnéticas, herramienta clave para la monitorización y estratificación de los pacientes con esclerosis múltiple (EM).
Además, tampoco se especifica que régimen de tratamiento realizaron. En el caso de ocrelizumab (131 pacientes) viene marcado por la ficha técnica, pero la dosis y la frecuencia de administración de rituximab (grupo mayoritario de este trabajo con 295 pacientes) no está clara y es muy centro dependiente, por lo que los resultados reportados en cualquier caso harían referencia a esas dosis en concreto. Existen datos que sugieren que el impacto sobre la discapacidad de las terapias anti-CD20 podrían estar relacionadas con la dosis que se recibe, por lo que conocer este dato sería fundamental.
Estamos acostumbrados a ver publicados estudios de efectividad en práctica clínica en cohortes de pacientes con EM remitente-recurrente, donde las medidas de respuesta son algo más claras. Este es uno de los pocos trabajos que evalúa esta efectividad en pacientes con formas progresivas de EM, pero la medida de respuesta en este caso (la escala de discapacidad EDSS) es una medida que es más difícil de interpretar, especialmente cuando se recoge de forma retrospectiva sin la rigurosidad que se exige en los ensayos clínicos. Desde luego, son resultados interesantes, pero que no creo que nos lleven a modificar nuestra práctica clínica habitual.