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El modelo territorial y los incendios forestales: se necesita un cambio de visión

Nos estamos encontrando incendios que superan en 4 o 5 veces la capacidad de extinción máxima de los medios, a los que se les pide que los controlen, lo cual es un sinsentido, además de una temeridad. Tendríamos que preguntarnos sobre nuestro modelo territorial, social y económico para abordar esta situación de manera que no dejemos a los servicios de extinción ante esta problemática inabordable e insoluble. 

29/07/2022 - 09:15 CEST
 
extincion-incendio

Extinción de un incendio. EFE/José Luis Cereijido

La era de la extinción de los incendios forestales se ha acabado.  

Con esta frase tan reveladora bajaba el telón el último Congreso Forestal Español celebrado hace unos días en Lleida.  

Sin embargo, los incendios forestales están generando una gran alarma social en las últimas semanas, con accidentes tan tristes y lamentables como los que hemos podido conocer, con pérdida de vidas humanas incluidas. 

El problema está lejos de solucionarse. El bosque sigue creciendo, tanto en densidad como en extensión, como consecuencia de un nuevo paradigma territorial, que toma cuerpo a partir de la segunda mitad del siglo XX. Desde aquel momento y por primera vez desde el Neolítico, el bosque empieza a dominar a la agricultura, que se retira del territorio, como también lo hace la presencia humana, en una deconstrucción de un paisaje cultural mediterráneo, clásicamente en mosaico agroforestal, que fue modelado por el ser humano durante milenios. 

Nos encontramos con un problema territorial profundo, que unido al cambio climático nos trae el efecto colateral de los grandes incendios forestales, que aparecen por primera vez en las estadísticas españolas en los años 80

Durante el siglo XX hemos asistido a un cambio de ciclo socioeconómico que ha tenido éxito en muchos aspectos, pero que también tiene una serie de problemas transversales, como la despoblación y el abandono rural, o el paso a una economía lineal y externalizada únicamente basada en el petróleo. Como resultado, nos encontramos con un problema territorial profundo, que unido al cambio climático nos trae el efecto colateral (entre otros muchos) de los grandes incendios forestales, que aparecen por primera vez en las estadísticas españolas en los años 80, unas pocas décadas después del inicio del éxodo rural.  

Este problema es un monstruo que se nos ha hecho grande y que se une al calentamiento global, que estresa enormemente la vegetación forestal. Nuestros servicios de extinción difícilmente pueden ser más eficaces y su margen de mejora es muy poco, tanto en medios como en tecnología, por no hablar de la paradoja de la extinción, que hace crecer los grandes incendios como resultado de una mayor eficacia en la extinción 

Aun así, nos estamos encontrando incendios que superan en 4 o 5 veces la capacidad de extinción máxima de los medios, a los que se les pide que los controlen, lo cual es un sinsentido, además de una temeridad. Es evidente que este camino no tiene mucho recorrido, sino que tendríamos que preguntarnos sobre nuestro modelo territorial, social y económico y cómo podemos abordar esta situación desde la perspectiva adecuada, de manera que no dejemos a los servicios de extinción ante esta problemática inabordable e insoluble. 

Sabemos que la cantidad y la continuidad de combustible forestal es enorme y no va a dejar de crecer. Sobre estas certezas, habría que establecer estrategias para fragmentar el paisaje y dar pasos de vuelta al uso agrario y forestal del territorio

Tendríamos que corregir algunos problemas originados en el siglo XX con la perspectiva y el conocimiento que tenemos hoy. Sabemos que el nuevo paradigma territorial convierte a los bosques en protagonistas del siglo XXI, una vez han relegado a la agricultura en importancia territorial. También sabemos que la cantidad y la continuidad de combustible forestal es enorme y no va a dejar de crecer. Sobre estas certezas, habría que establecer estrategias para fragmentar el paisaje y dar pasos de vuelta al uso agrario y forestal del territorio. No será una tarea sencilla, pero no hay otra opción. Porque aquí no valen resultados inmediatos ni soluciones mágicas e inmediatas. Si no se toman medidas para emplear el excedente de biomasa de los bosques y su continuidad, estamos afrontando erróneamente el problema, porque estamos dejando para mañana el incendio que hemos detenido hoy. 

Evidentemente, tenemos bosques mucho más estresados y hay que regular la competencia, que es cada vez más intensa ante la subida térmica y el crecimiento interno. Existen experiencias clarísimas de silvicultura adaptativa al cambio climático, con resultados positivos.  

No se trata de talar todos los bosques, como indican algunas voces demagógicas, sino de aprovechar el excedente de crecimiento y ponerlo en valor, lo cual, a la vez, protege el bosque, lo mejora y también mejora sus servicios ambientales

Pero lo realmente importante es cambiar la visión y crear las condiciones para que haya una cadena de valor transversal que haga viable esta gestión a escala territorial, así como un marco legislativo que permita hacerlo en lugar de dificultarlo. No se trata de talar todos los bosques, como indican algunas voces demagógicas, sino de aprovechar el excedente de crecimiento y ponerlo en valor, lo cual, a la vez, protege el bosque, lo mejora y también mejora sus servicios ambientales. La mejor prevención contra los incendios forestales es crear economía en el territorio. Hay que hacer atractivo el territorio, crear las condiciones (servicios) para ello, incentivando la gestión agroforestal. Casi exactamente lo contrario de lo que se viene haciendo, es decir.  

No se trata solo (que también) de apagar la llama, sino principalmente de romper el ciclo pernicioso de acumulación de biomasa-incendio, que se ha convertido en una espiral cada vez más catastrófica y repetitiva.  

La administración sigue en general con el disco rayado de la defensa de una biodiversidad de pequeña escala (y no de escala de paisaje) y de la ultraprotección y la hiperregulación del territorio agroforestal en virtud de un catálogo demasiado largo de figuras de protección y normativas que asfixian al medio rural donde caen. Hay que indicar que en la Comunitat Valenciana, por ejemplo, los Espacios Naturales Protegidos afectan a más del 50 % del territorio forestal, un tercio con más de una figura de protección… ante lo que cabría preguntar: tanta protección ¿contra quién?  

Esto es abordar la cuestión desde la perspectiva errónea, al estilo de la orquesta del Titánic. Si se quiere revertir la situación, son las sociedades rurales las que deben ser protegidas y no de esa manera tan general el territorio o los ecosistemas, porque las sociedades rurales son las que garantizan la protección territorial, y eso se ha demostrado históricamente. Ultraproteger el territorio por norma contra sus propios habitantes para el disfrute de los habitantes de las ciudades y otras zonas superpobladas es un evidente error de focalización. 

Me identifico con Marc Castellnou cuando dice: “Los agricultores son el arraigo en nuestro territorio, y deberíamos quitarnos el sombrero, porque contra todo, lo siguen ocupando. No los fiscalicemos más ni les pongamos más trabas burocráticas

Y créanme, no hablo por hablar: conozco personalmente las dificultades que tienen algunos agricultores para recuperar bancales de montaña, cultivados durante siglos, que después de 20-30-40 años sin uso han pasado a ser considerados forestales. Una actividad tan transversal, elogiable y positiva en este momento como volver a cultivar olivos en unas hectáreas ya abancaladas, iniciar un ciclo de valorización del territorio e impulsar la economía de proximidad incorporando jóvenes al sector choca con tantas trabas administrativas que resulta inexplicable. Una actividad que debería ser potenciada y recompensada (por sus efectos sobre los incendios, territorio, biodiversidad, economía e incluso innovación o disrupción), resulta que, por el hecho de estar sobre un terreno que se ha calificado como forestal, tiene que pasar un trámite larguísimo, con varias secciones de la administración implicadas y la frecuente incomprensión desde las mesas funcionariales. 

Me identifico con Marc Castellnou cuando dice: “Los agricultores son el arraigo en nuestro territorio, y deberíamos quitarnos el sombrero, porque contra todo, lo siguen ocupando. No los fiscalicemos más ni les pongamos más trabas burocráticas. Una recuperación de un cultivo tradicional, por mucho que esté abandonado, no puede ser considerada una roturación. Aquí falla algo. 

Definitivamente, el problema territorial va de la mano de la despoblación y el abandono de la economía rural frente a la actual economía lineal concentrada en las urbes. Ya he dicho que la cuestión no tiene una solución inmediata ni sencilla, porque llevamos casi un siglo caminando en la dirección contraria. Abordar esta cuestión requiere de estrategias bottom-up y top-down, coordinación y paciencia, pero también mucha decisión y medidas claras y atrevidas, porque es urgente empezar a caminar.  

Desde las zonas urbanas, actual centro geopolítico del país, es urgente abordar un cambio de visión, de acuerdo con el nuevo paradigma al que nos enfrentamos, porque nos afecta a todos y a todas

Pero no nos equivoquemos: cualquier medida que venga a explotar el territorio de nuevo (proyectos realizados y cobrados desde la ciudad, que no inciden sobre el territorio más que en su impacto ambiental) no va a cambiar nada y va a ser más de lo mismo: hacerse trampas al solitario. Se necesita el fomento de la economía circular y de proximidad en el propio territorio, además de todas las medidas favorecedoras de la vida allí, especialmente para los más jóvenes. 

Desde las zonas urbanas, actual centro geopolítico del país, es urgente abordar un cambio de visión, de acuerdo con el nuevo paradigma al que nos enfrentamos, porque nos afecta a todos y a todas. Y si de verdad queremos ese cambio en la visión del territorio por parte de la sociedad, habría que empezar por incluir toda esta problemática social y territorial en los libros de texto de primaria y secundaria 

Me he horrorizado durante años al leer la manera como se transmite nuestro territorio en los libros de texto de mis hijas. Ni rastro del paisaje cultural Mediterráneo, ni de la ruralidad, ni de la desvertebración, ni del éxodo rural, ni de toda esta problemática, sino una perspectiva claramente wilderness que lo inunda todo, donde las palabras más repetidas son “protección del territorio”, “parques naturales”, “ecosistemas” y, por tanto, se margina la sociedad que ha modelado este territorio desde el Neolítico, de manera constante y sostenible.  

¿Cómo podemos esperar así un cambio de visión que comprenda lo que está pasando y dé una respuesta adecuada? Habría que empezar por aquí.  

Para luchar contra los incendios forestales y afrontar los grandes retos territoriales y ambientales futuros, necesitamos urgentemente un profundo cambio de visión, que responda al nuevo paradigma territorial que tenemos delante. Más allá de las sobreactuaciones y los lamentos pasajeros por los terribles daños sufridos estas semanas, habría que preguntar si como sociedad seremos capaces de asumir este profundo cambio de visión 

Rafael Delgado es profesor del departamento de Ingeniería Rural y Agroalimentaria de la Universitat Politècnica de València y presidente de la Plataforma Forestal Valenciana.  
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