Andrés de la Escosura Navazo
Investigador en el Instituto de Investigación Avanzada en Ciencias Químicas (IAdChem) y en el departamento de Química Orgánica de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), director del grupo de investigación de Materiales Biohíbridos y Química de Sistemas
La carta que la revista Science acaba de hacer pública para retractar el artículo de Wolfe-Simon y colaboradores es importante porque cierra una controversia que ha durado 15 años, desde la publicación original en 2010. Para hacer una breve revisión histórica, el artículo describía que un tipo de bacterias (GFAJ-1) que habitan el lago Mono de California eran capaces de crecer incorporando arsénico en lugar de fósforo a su ADN. El trabajo suscitó dudas desde el primer momento, como revela el hecho de que la versión impresa se publicara (en 2011) acompañada de 8 comentarios de otros científicos expertos en el área, expresando distintos grados de duda acerca del descubrimiento.
Ante las dudas y críticas suscitadas en la comunidad científica, los autores accedieron a compartir las muestras de bacterias para que otros laboratorios pudieran investigar sobre ellas, y aproximadamente dos años más tarde, en 2012, la propia revista Science publicó dos artículos que refutaban de manera clara los resultados y conclusiones del equipo de Wolfe-Simon. El primero de ellos, publicado por el equipo de Julia Vorholt, probaba que en realidad estas bacterias son altamente resistentes al arsénico, y pueden crecer en presencia de muy bajos niveles de fosfato. La alta resistencia al arsénico no es de hecho una propiedad exclusiva de estas bacterias; otros organismos, incluidos eucariotas, pueden vivir en este ambiente extremadamente rico en arsénico. Por otro lado, el equipo de Rosemary Redfield demostró la inadecuada purificación del ADN analizado en el artículo original. Evitando la contaminación del ADN bacteriano, Redfield y colaboradores solo encontraron trazas de arsénico en el mismo.
Lo sorprendente de este caso es el largo tiempo que ha transcurrido desde los primeros artículos que refutaron el trabajo de Wolfe-Simon y su retractación final. La revista alega como motivo para este retraso que nunca hubo indicios de una conducta científica fraudulenta por parte de los autores, y que solo cuando los estándares establecidos por el Comité de Ética de Publicación (COPE) se han expandido, teniendo en cuenta también casos en los que los datos no apoyan las conclusiones de un trabajo, han procedido a retirar el trabajo. Desde un punto de vista científico, este supuesto resulta bastante evidente. Es cierto que el artículo ha dado lugar a intensos debates científicos, y ha estimulado una mayor investigación sobre estos microorganismos extremófilos, tal y como argumentan los autores en una carta también publicada por la revista, en la que muestran su desacuerdo con la decisión. Cabe preguntarse, sin embargo, si todo ese debate ha sido realmente productivo, y también sobre el paper excesivamente mediático de algunos organismos científicos y ciertas líneas de investigación. Conviene no olvidar que el artículo de Wolfe-Simon y colaboradores fue anunciado a bombo y platillo en una conferencia de prensa realizada por la NASA, que ahora se ve a todas luces excesiva.
Si unos resultados parece que conducen a conclusiones que cambian radicalmente el paradigma de una rama del conocimiento, en tal grado que implica la necesidad modificar los libros de texto, el sistema debe cuestionarse entonces esas conclusiones de un modo todavía más riguroso de lo que es habitual en ciencia. Las expectativas creadas y la excesiva mediatización pueden, sin embargo, dificultar ese análisis crítico. Es, probablemente, lo que sucedió en esta ocasión. Tanto la revista como los autores reconocen en sus cartas que las cosas se pudieron haber hecho de otra manera.