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La compleja información contenida en nuestros genes (ADN) necesita procesarse en un paso intermedio (ARN) antes de ser convertida en los productos finales que se encuentran expresados en las células. Inyectar este ARN para conseguir un efecto terapéutico fue una idea postulada a principios de los años 90, pero había dos grandes problemas: el RNA es sumamente inestable y, sobre todo, provoca una rápida y potente reacción inmunitaria que lo destruye rápidamente, por lo que es inviable su aplicación terapéutica.

En 2005, Karikó y Weissman realizaron el extraordinario descubrimiento de que, al realizar pequeñas modificaciones en la estructura del ARN, este ya no era inmunógeno, por lo que no era destruido por el sistema inmunitario y podría ser utilizado en muchas estrategias terapéuticas. Además de este seminal descubrimiento, recibido con escepticismo inicialmente por la comunidad científica, Karikó y Weissman realizaron importantes avances acerca de los métodos para su purificación y administración, lo que ha permitido abrir una nueva era en el tratamiento de enfermedades como el cáncer y prevención de enfermedades infecciosas, debido a su seguridad, rapidez de producción y bajo costo. Un descubrimiento extraordinario.

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