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Luis Valero Aguayo

Catedrático de Psicología

El estudio está bien planificado y realizado. El tema abordado es importante sobre la disyuntiva de los tratamientos psicológicos clínicos de suprimir o de aceptar los pensamientos negativos. 

La supresión del pensamiento es una técnica psicológica específica, ‘parada de pensamiento’ (thought stopping), practicada desde los años 70 a partir de la modificación de la conducta ― y no por las teorías freudianas―. Sigue siendo efectiva, pero solo con determinados pensamientos no intrusivos y no autoaplicados. La técnica se basada en la aplicación de castigo verbal inmediatamente después de que la persona lo piensa ―o dice que lo está pensando―. Sin embargo, cuando estos son propios, vividos como intrusivos e intensos, resulta más difícil que desaparezcan.  

Desde un análisis de conducta habitual, la evitación mantiene la conducta a la que sigue, por lo que también los pensamientos negativos (aversivos emocionales), si se evitan o tratan de eliminar ―con distracción, pensar otra cosa, actividad motora repetitiva o conteo―, tienden a aumentar. Hay revisiones sistemáticas que señalan este efecto [Abramowitz et al., 2001; Wand et al., 2020]. 

Posteriormente, desde las terapias contextuales, y especialmente desde la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) [Hayes et al., 2011] desde los años 90, se viene aplicando la técnica contraria para eliminar el efecto emocional de pensamientos negativos, repetitivos, autoaplicados e intrusivos. Consiste, precisamente, en aceptar esos pensamientos, observarlos, no rechazarlos, ni tratar de quitarlos; solo dejarlos pasar, dejarlos fluir, pero al mismo tiempo seguir con nuestra vida, seguir haciendo lo que tengamos que hacer, sin prestarles más atención. Junto con otras técnicas de cambios de pensamiento, esta ‘aceptación’ se ha mostrado muy eficaz para disminuir ese malestar y que finalmente desaparezcan o no tengan importancia para el individuo. No obstante, la variedad de técnicas para suprimir pensamientos negativos es amplia

Metodológicamente se pueden poner varias críticas al estudio de Mammat y Anderson. Presenta un estudio con 120 personas a lo largo de 16 países, y además desarrollado online. No hay ni 10 personas por país y la variabilidad y poco control de la situación experimental del propio estudio no ofrecen mucha fiabilidad a los resultados. Esa variabilidad se hace evidente en las figuras 2 y 3, donde se representan los datos individuales. Además, el diseño se divide en cuatro grupos, por lo que aún son menos participantes [por grupo]. El hecho de utilizar participantes de múltiples países no añade, en este caso, generabilidad, sino todo lo contrario, por la poca representatividad y la variabilidad cultural que puede introducir en los datos. 

Metodológicamente es difícil que el experimentador pueda controlar si la persona está ‘imaginando/no imaginando’ una determinada escena como describen los autores. Se puede afirmar que están ‘imaginando’ porque se les da la estimulación inmediatamente antes, pero cuando ‘no están imaginando’, ¿qué hacen?, ¿piensan otra cosa, se distraen, retiran la mirada de la pantalla, hacen operaciones aritméticas, recuerdan una poesía? No se puede ‘dejar la mente en blanco’, como afirman los autores en el procedimiento. Simplemente afirmar ante la persona “no imagines el hospital”, como muestran en el ejemplo, ya se le está dando la estimulación para que automáticamente piense en un hospital, aunque no lo quiera. 

La escala de medida de la ‘intensidad emocional’ es una escala numérica, pero cualitativa y no es continua homogénea. El punto medio 5 indicaría una emocionalidad ‘neutral’, pero el 1 de algo muy ‘aversivo’, y el 7, como muy ‘placentero’. La escala debería ser de 0 a 10 puntos. Al ser de 1 a 7, con punto medio 5, valora en exceso los cambios por abajo y de ahí que por un artefacto de la medición puedan observarse más cambios de la imaginación ‘displacentera’. 

En la figura C, que representa la posible correlación entre los cambios en afecto y los cambios en vividez de las imágenes suprimidas, debería haber escalas homogéneas en ambos ejes. Además, el utilizar el porcentaje de cambio post-pre, en vez de datos directos, en todas las medidas maximiza los pequeños cambios que haya. 

Una diferencia importante respecto a otros estudios similares es que aquí los autores utilizan palabras ‘negativas’ asociadas a imágenes y se les pide valorar la emocionabilidad o vividez de las imágenes y su recuerdo, no de las palabras. Habitualmente, en los estudios sobre supresión o aceptación de pensamientos negativos se pide recordar palabras o frases, y realizar una tarea de suprimir el recuerdo de esas palabras. En su aplicación clínica, las palabras suelen ser autoaplicadas (por ejemplo, “soy tonto”, “no valgo nada”, “soy un cobarde”) y aquí son palabras e imágenes generales.

ES