"Con grandes poderes vienen grandes responsabilidades." Esta frase, que se volvió muy célebre gracias al tío Ben de Peter Parker —más conocido como Spiderman—, bien podría aplicarse al periodismo. Los medios tienen una influencia notable en cómo el público percibe y entiende los fenómenos que ocurren a su alrededor.
Las devastadoras inundaciones en Valencia nos han recordado el papel crucial del lenguaje en el periodismo: en la vorágine informativa tras la catástrofe, numerosos artículos han recurrido a la expresión "desastre natural", como si la tragedia fuera una suerte de sentencia ineludible dictada por la naturaleza. Desde el pasado 29 de octubre, fecha en que la DANA descargó con fuerza sobre las zonas afectadas, se han multiplicados los artículos sobre "los desastres naturales más devastadores en Europa", “los desastres naturales más mortíferos de España del último siglo”, "la historia negra de los desastres naturales en España", etc.
Pero ¿cuál es el verdadero problema con ellos? Simple: los desastres naturales no existen.
El uso de “desastre natural” puede parecer inofensivo, pero conlleva una narrativa errónea. Por ello, hace décadas, desde la Academia y varias instituciones internacionales se está impulsando la campaña de sensibilización “Los desastres no son naturales”.
De hecho, ha sido demostrado de sobra que no son los fenómenos naturales, como lluvias, terremotos e incendios, los que por sí mismos se convierten en tragedias, sino que son las condiciones en que nuestras sociedades los enfrentan las que determinan sus consecuencias. Estas fuerzas han estado presentes durante millones de años, y aunque no somos su objetivo, nuestras acciones, infraestructuras, ubicación de asentamientos, entre otros factores, sí inciden en el impacto de estos eventos en nuestras vidas.
No son los fenómenos naturales, como lluvias, terremotos e incendios, los que por sí mismos se convierten en tragedias, sino que son las condiciones en que nuestras sociedades los enfrentan las que determinan sus consecuencias
En esta línea, por ejemplo, podemos llevar a colación el huracán Beryl, el primer huracán de categoría 5 de este año en el Atlántico, que dejó una clara lección sobre cómo la preparación y la inversión en sistemas de alerta temprana pueden marcar una diferencia fundamental. Aunque Beryl causó estragos en algunas zonas del Caribe, sus efectos en vidas humanas fueron menos devastadores en comparación con huracanes previos, gracias a los esfuerzos sostenidos de las comunidades y gobiernos locales para mejorar sus sistemas de alerta y su infraestructura. Esta experiencia recuerda que, aunque ciertos eventos climáticos sean inevitables, las catástrofes no tienen que serlo: la verdadera tragedia se produce cuando estos fenómenos interactúan con asentamientos ubicados en áreas de alto riesgo, infraestructuras precarias o sistemas de prevención insuficientes.
Debería resulta claro, por lo tanto, que la expresión "desastre natural" es, en definitiva, una simplificación que impide un análisis crítico de las condiciones que vuelven a las sociedades vulnerables ante los fenómenos naturales. Y aunque es evidente que hechos lastimosos como “terremoto”, “inundación” o “erupción volcánica” que provocan muertes masivas son noticias que capturan la atención de los lectores (y sus clics), los medios deben resistir la tentación de reducir estas catástrofes a un simple acto de “maldad” de la naturaleza. Más bien, deberían encarar la responsabilidad de informar sobre las verdaderas causas detrás de la vulnerabilidad de las comunidades afectadas.
La naturaleza no es "mala"
En lugar de pensar en la naturaleza como una fuerza oscura que "escribe" capítulos de dolor, deberíamos ver estos eventos por lo que son: la prueba del fracaso de la gestión del territorio, de la ocupación del espacio, de la construcción urbana, y de las políticas públicas de reducción del riesgo de desastres. Una oportunidad para reformular dichas políticas y con ellas construir una cultura de riesgo y prevención.
La naturaleza no posee la condición de amenazar a nadie. No es un peligro en sí misma, pues la identificación de un peligro proviene de una valoración, aspecto exclusivamente humano
Rogelio Altez, antropólogo de la Universidad de Sevilla
La idea de que la naturaleza actúa con intención o malicia al provocar sufrimiento es un concepto que, aunque dramático, distorsiona nuestra comprensión de estos eventos. Como ha observado el antropólogo de la Universidad de Sevilla, Dr. Rogelio Altez, en un reciente artículo, la naturaleza “no posee la condición de amenazar a nadie. No es un peligro en sí misma, pues la identificación de un peligro proviene de una valoración, aspecto exclusivamente humano. Todo cuanto constituya o provenga de la naturaleza y sea comprendido como una amenaza es resultado de relaciones humanas, ya porque alguna de sus manifestaciones y regularidades fenoménicas cristalicen en esa manera, como por la propia valoración”.
El poder de las palabras y el deber de la prensa
Parafraseando al tío Ben, podemos decir que con el gran poder de comunicar viene la responsabilidad de hacerlo de forma precisa. Al hacerlo, los periodistas no solo contribuirían a una sociedad mejor informada, sino también más consciente y resiliente, capaz de exigir a sus gobiernos y líderes una gestión adecuada y responsable del territorio y de los riesgos.
Es momento de que los medios se replanteen seriamente el lenguaje que usan: en lugar de demonizar a la naturaleza deben esforzarse a asumir la responsabilidad de explicar cómo la falta de planificación y la debilidad institucional son en realidad los elementos que configuran las catástrofes. Todo ello, con el fin de promover una cultura de prevención, invitando a los ciudadanos a ver estos sucesos como una oportunidad para exigir cambios y mejorar la gestión de riesgos.
Cuando los periodistas eligen sus palabras, están no solo relatando una historia, sino también moldeando la percepción y el entendimiento de sus lectores
En última instancia, se trata de construir una narrativa en la que todos comprendamos que los desastres no son fruto de la naturaleza, sino de las sociedades que hemos creado, al mismo tiempo que es fundamental entender que cuando los periodistas eligen sus palabras, están no solo relatando una historia, sino también moldeando la percepción y el entendimiento de sus lectores. Y en esto, la precisión no es un lujo, sino una responsabilidad fundamental.