José Valentín (Pipo) Roces
Profesor ayudante doctor en el departamento de Biología de Organismos y Sistemas perteneciente al Instituto Mixto de Investigación en Biodiversidad (IMIB) del CSIC-Universidad de Oviedo-Gobierno del Principado de Asturias
Los cambios observados en las últimas décadas, tanto en los patrones espacio-temporales de los incendios forestales (con la heterogénea disminución global del área anual quemada), como en distintos descriptores de sus regímenes (por ejemplo, el aumento de incendios de mayor intensidad), han recibido una atención científica creciente. A ello se suman las dinámicas demográficas. A comienzos de este siglo, por primera vez en la historia, la población urbana superó a la rural, un hito con profundas implicaciones en la distribución del uso de la tierra. Este proceso ha impulsado simultáneamente dinámicas de abandono y de intensificación que están reconfigurando la composición y la estructura de los paisajes de todo el mundo, especialmente en la interfaz urbano-forestal, cuya expansión resulta hoy incuestionable.
El artículo de Seydi y colaboradores constituye una aportación de gran calidad e impacto precisamente porque conecta estos elementos: los cambios en los incendios y en la población, mediante el análisis de patrones y dinámicas compartidas. Lo hace a partir de datos robustos, de una serie temporal amplia (aunque condicionada por la disponibilidad de observaciones satelitales) y con una perspectiva global. Sus resultados son contundentes: desde inicios del siglo XXI, el número de personas directamente expuestas a incendios forestales, en particular a los de mayor intensidad, no ha dejado de crecer. Esta coincidencia espacial entre incendios y asentamientos humanos se manifiesta en todos los continentes, aunque con magnitudes y factores explicativos distintos. En algunas regiones el crecimiento poblacional ha sido determinante, mientras que en otras han predominado factores climáticos.
África emerge, una vez más, como hotspot global; sin embargo, otras regiones densamente pobladas (como la cuenca mediterránea o la costa oeste de Norteamérica) también han experimentado algunos de los episodios más dañinos de las últimas décadas. Estos incendios, además de sus graves consecuencias sociales, económicas y ambientales, han captado la atención mediática internacional y lo siguen haciendo, como evidencian los graves eventos registrados en agosto de 2025 en el noroeste de España.
En el actual contexto de cambio global y climático, disponer de estimaciones precisas y espacialmente explícitas sobre riesgos, como la creciente exposición humana a incendios extremos, es fundamental para avanzar hacia políticas de planificación y gestión capaces de mitigar de forma efectiva sus impactos sobre la sociedad.