Iván Fernández Vega
Profesor Titular de Anatomía Patológica de la Universidad de Oviedo, director científico del Biobanco del Principado de Asturias (BioPA) y coordinador del hub de Organoides de la plataforma de Biomodelos y Biobancos del ISCIII
Los riñones son órganos esenciales encargados de filtrar entre 150 y 180 litros de sangre al día, eliminando productos de desecho y manteniendo el equilibrio de agua, sales y minerales en el organismo. En el contexto del trasplante, los patólogos valoramos la viabilidad del órgano mediante el Score de Banff, un sistema que evalúa de forma estructurada todas las áreas del riñón —los glomérulos, los túbulos, el intersticio, la inflamación y los vasos— antes de la implantación, mediante un análisis histopatológico por congelación de una cuña renal de la corteza del riñón de aproximadamente 1 centímetro. Este análisis histológico permite determinar el grado de daño crónico y establecer si el órgano es apto o no para trasplante. Cuando el score de Banff es alto, debido a esclerosis glomerular, atrofia tubular o daño vascular, principalmente, el órgano suele considerarse no viable. En este escenario, una tecnología capaz de reparar o regenerar tejidos renales antes del implante podría tener un enorme impacto clínico.
El artículo publicado en Nature Biomedical Engineering es un trabajo de gran calidad y rigor experimental, que presenta un avance importante en medicina regenerativa aplicada al trasplante renal. Demuestra que es posible infundir organoides renales humanos en riñones porcinos vivos y, sin patología conocida mediante perfusión normotérmica, reimplantarlos en el mismo animal y comprobar que las células humanas permanecen viables e integradas, sin causar rechazo ni daño tisular significativo. La investigación destaca por ofrecer un método escalable y reproducible para generar miles de organoides, lo que abre la puerta a acondicionar órganos ex vivo antes del trasplante.
Desde el punto de vista patológico y clínico, esta aproximación podría, en el futuro, mejorar la calidad de riñones con un Banff elevado, prolongar la vida útil de los injertos y reducir el número de órganos descartados. Sin embargo, esto aún no se ha demostrado experimentalmente, y no existe evidencia de que los organoides puedan participar en la reparación o conectarse a las arteriolas aferentes y eferentes necesarias para restablecer la función filtrante.
El trabajo tiene, por tanto, un enorme valor como prueba de concepto, pero sus resultados deben interpretarse con cautela. Los experimentos se realizaron en siete riñones perfundidos, con un seguimiento limitado a 48 horas, por lo que aún no se conocen los efectos a largo plazo ni el comportamiento inmunológico o proliferativo de las células humanas en periodos más amplios. Tras los trasplantes, los animales fueron sacrificados y se realizó un análisis anatomopatológico detallado de los riñones reimplantados, pero no una autopsia completa que permitiera identificar una posible diseminación de células a otros órganos. Aunque no se observaron complicaciones, persisten interrogantes sobre posibles microémbolos, inflamación local o proliferación celular descontrolada que pudiera dar lugar a tumores a largo plazo.
En conjunto, se trata de un artículo sólido, innovador y bien diseñado, que marca una dirección prometedora en la frontera entre la bioingeniería y el trasplante renal, aunque aún se encuentra en una fase experimental temprana. Si los próximos estudios confirman su seguridad y eficacia, podría abrir la puerta a estrategias regenerativas capaces de recuperar órganos dañados y facilitar su uso en trasplante humano.