Con el verano los incendios copan informativos y portadas de periódicos, principalmente aquellos denominados “grandes incendios forestales”. Estos, que se caracterizan por un comportamiento extremo que dificulta enormemente su extinción, afectan a grandes superficies y causan importantes impactos sociales y ecológicos. Pese a que solo representan un 0,16 % del número total de incendios en España, suponen casi un 41 % de la superficie total afectada.
El cambio climático está, sin lugar a dudas, detrás del empeoramiento de estos fenómenos extremos. La crisis climática ha ocasionado que los incendios ya no sean solo una cuestión del verano, con olas de calor cada vez más frecuentes y sequías más severas y prolongadas. Esto ha provocado que las temporadas de incendios se hayan alargado, de media, un 27 % a escala global (de 53 a 67 días) y un 55 % en la cuenca mediterránea (de 52 a 88 días) desde el año 1979. Así pues, cada vez hay más incendios fuera de su temporada. Por ejemplo, solo en el primer semestre de 2023 ya han ardido alrededor de 66.000 hectáreas en España. En toda la cuenca mediterránea esta problemática se ha agravado especialmente en las últimas décadas debido al abandono rural y el aumento de masas forestales indebidamente gestionadas.
En toda la cuenca mediterránea esta problemática se ha agravado especialmente en las últimas décadas debido al abandono rural y el aumento de masas forestales indebidamente gestionadas
Estos grandes incendios ocasionan impactos sin precedentes tanto sobre los ecosistemas como en la sociedad. El efecto más evidente es la pérdida de vegetación, aunque no se pueden obviar sus impactos sobre la fauna, la calidad del aire y del agua y los suelos. El humo puede empeorar notablemente la calidad del aire, y las cenizas y sedimentos que se arrastran por las lluvias pueden contaminar las aguas de consumo, ambos teniendo consecuencias perjudiciales en la salud humana.
Otros impactos no tan evidentes son aquellos sobre el suelo, los cuales conllevan la pérdida de servicios ecosistémicos fundamentales como el secuestro de carbono, el almacenamiento de agua o la producción de alimentos. Todo ello sin olvidar la pérdida de vidas humanas y daños a infraestructuras. Así, el incremento de la ocurrencia y recurrencia de estos fenómenos extremos pone en jaque la capacidad de resiliencia de los sistemas socioecológicos.
Aprender a coexistir con el fuego
Los grandes incendios forestales son un síntoma de los retos demográficos y ambientales a los que nos enfrentamos como sociedad. Ha quedado sobradamente demostrado que destinar todos los esfuerzos a la extinción del fuego supone una mayor acumulación de vegetación y, por tanto, un mayor riesgo de incendios catastróficos en el futuro —la llamada paradoja de la extinción—. Mientras que no podemos ni deseamos prevenir los incendios en su totalidad, sí que podemos adoptar estrategias para que, cuando ocurran, sus impactos sean los mínimos posibles. En otras palabras, tenemos que aprender a coexistir con el fuego, y más aún en este contexto de cambio climático.
Así se pone de manifiesto la necesidad de un cambio en la percepción social de los incendios y de cómo gestionamos el territorio. Para ello, es importante adoptar estrategias de gestión a nivel nacional, pero especialmente a niveles más locales obedeciendo a la idiosincrasia de los fuegos en cada región, ya que su casuística en el noroeste español poco tiene que ver con la vertiente mediterránea.
Puesto que se trata de una problemática inevitable para la sociedad, los esfuerzos en prevención deben ser prioritarios y constantes a lo largo de todo el año. La Fundación Pau Costa advierte en su reciente Declaración sobre la gestión de los grandes incendios forestales de España que es necesario gestionar, cada año, como mínimo, un 1 % de la superficie forestal nacional para preparar el territorio frente a estos grandes incendios. Para alcanzar esta meta, estiman una inversión de unos 1.000 millones de euros al año.
Necesitamos entender que los incendios son fenómenos complejos y que no existe el riesgo 0, por lo que se debe continuar destinando esfuerzos a investigación y concienciación para construir comunidades más resilientes
Prevenir la propagación y reducir la severidad de estos eventos se alcanza mediante la creación de paisajes diversos y actuando en áreas prioritarias de mayor peligro, como la interfaz urbano-forestal. Así, es vital inyectar fondos y promover la aplicación de medidas de efectividad demostrada en estas áreas, como las quemas prescritas, el pastoreo, los desbroces de matorral y los clareos en masas arboladas.
Eventos recientes como los grandes incendios en Canadá, cuyas emisiones han afectado a grandes urbes localizadas a miles de kilómetros de distancia, ponen de manifiesto que no se puede separar lo urbano de lo rural. Tenemos una responsabilidad conjunta como sociedad para enfrentarnos a esta problemática sin precedentes, que se agravará en los años venideros. Para ello necesitamos entender que los incendios son fenómenos complejos y que no existe el riesgo 0, por lo que se debe continuar destinando esfuerzos a investigación y concienciación para construir comunidades más resilientes.