Creo que siempre me he caracterizado por medir muchas de mis afirmaciones respecto al tema de los incendios y su manejo, tratando de basarme en datos objetivos y evidencias científicas. La parte más fría y racional de mi mente siempre está tratando de proporcionar soluciones y hacer críticas y análisis constructivos frente a un problema sociológicamente complejo y un gran desafío social y ambiental (ver mi carta recientemente publicada en Nature).
Pero además de ser científico, doctor en ecología terrestre y autor de publicaciones en revistas internacionales, soy una persona. Y una persona sensible, defensora de la naturaleza y cultura de nuestro país. También padre de una niña en Galicia. Lo que estamos viviendo este año es desolador, como lo ha sido en los últimos años en Portugal, Grecia, Italia; en California, Australia o Chile. También es tremendamente frustrante.
¿Qué esperamos para reaccionar como sociedad ante la inacción de los diferentes gobiernos que han marcado y marcan nuestra agenda?
¿Por qué? Porque llevamos años advirtiendo sobre las consecuencias del cambio climático, el abandono rural, la falta de planificación territorial. Del riesgo de sufrir una oleada de incendios como el ocurrido en 2017 en Portugal, donde fallecieron más de 100 personas. ¿Y cuál es la reacción de los líderes políticos y sectores socioeconómicos cruciales en este país? Hoy es Courel, ayer Xurés, ¿y mañana? ¿Qué esperamos para reaccionar como sociedad ante la inacción de los diferentes gobiernos que han marcado y marcan nuestra agenda?
Seré claro, la no gestión es una decisión. Es una decisión con claras implicaciones. La ola de incendios que estamos viviendo es en gran medida consecuencia de las decisiones tomadas en el ámbito agroforestal y territorial de los últimos 40 años.
Se ha demostrado que una política basada exclusivamente en la extinción de todos los incendios paradójicamente favorece la acumulación de 'combustible'
El abandono rural en Galicia, como en otras regiones del sur de Europa, es un proceso que se inicia en la segunda mitad del siglo XX. El éxodo rural ha provocado la pérdida de las actividades agropastorales tradicionales y su consecuente impacto en nuestros paisajes. La cantidad y continuidad de la carga de combustible, es decir, la vegetación disponible para la quema, es mucho mayor que hace 50 años. Se ha demostrado que una política basada exclusivamente en la extinción de todos los incendios, independientemente de las condiciones e intensidad con que se produzcan, paradójicamente favorece la acumulación de 'combustible', al privar a nuestros ecosistemas de un proceso ecológico fundamental, el fuego (efecto conocido como 'firefighting trap').
Ante eventos extremos, las brigadas de extinción poco tienen que hacer, más allá de jugarse la vida
¿Cómo gestionar nuestros paisajes agroforestales sin fuego? ¿Dónde están los recursos para una gestión a escala de paisaje que nos permita hacer frente a esta nueva generación de incendios? Vienen para quedarse. Debemos ser conscientes de que el cambio climático solo favorecerá las condiciones para que estas olas de fuego se repitan con mayor frecuencia y virulencia. La acumulación progresiva de vegetación no manejada, bajo las condiciones de sequía y estrés hídrico a las que están expuestas, crea las condiciones ideales para la generación de eventos extremos ante los cuales las brigadas de extinción poco tienen que hacer, más allá de jugarse la vida. Pensemos en ellos también.
La gestión unilateral y reactiva ante los retos del cambio global no es ni eficaz ni inteligente
Tenemos que ser conscientes de la gravedad del problema. Necesitamos crear paisajes más resilientes y resistentes a los grandes incendios forestales, caminar hacia territorios ‘fire-smart’. Necesitamos reconocer el papel fundamental del fuego en nuestros paisajes, el uso ancestral que de él han hecho las comunidades rurales, e incorporar ese conocimiento a la gestión. Nuestros paisajes necesitan con urgencia una gestión proactiva, adaptativa, integradora, que permita un desarrollo rural compatible a medio y largo plazo con la biodiversidad y los servicios ecosistémicos. Está claro que la gestión unilateral y reactiva ante los retos del cambio global no es ni eficaz ni inteligente. Y la inacción, repito, es también una decisión.
Avanzar en la dirección correcta requiere una actitud conciliadora, integradora y una visión holística del sistema que promueva sinergias entre las diferentes políticas sectoriales para poder implementar una gestión realmente eficaz en la lucha contra los riesgos sociológicos asociados al cambio climático y el abandono rural en el nuestro país.
Hoy me pregunto, ¿cuál es el paisaje agroforestal que queremos para Galicia en las próximas décadas?