Julián Campo
Miembro del Grupo de Investigación en Seguridad Alimentaria y Medio Ambiente del Centro de Investigaciones sobre Desertificación (Valencia)
Las sustancias per y polifluoroalquiladas (PFAS, por sus siglas en inglés) son un grupo de más de 4.700 compuestos químicos sintéticos. Debido a sus propiedades (no son inflamables, son termodinámicamente estables y muy resistentes), son ampliamente utilizados en una serie de aplicaciones industriales y comerciales, desde utensilios de cocina antiadherentes hasta las espumas que se utilizan para controlar y apagar incendios. Por estas características, los PFAS se consideran extremadamente persistentes en el medio ambiente y se les conoce también como ‘químicos eternos’. Estos compuestos son altamente tóxicos y representan un claro peligro potencial para la salud humana ya que pueden actuar como disruptores endocrinos, además de producir daño hepático, enfermedad tiroidea, obesidad, y estar relacionados con problemas de fertilidad y cáncer.
Una vez en el medioambiente, los PFAS tienen el potencial de bioacumularse y biomagnificarse, es decir, su concentración aumenta progresivamente a medida que se asciende en la cadena alimentaria. En el medio marino, los PFAS tienden a acumularse en las redes tróficas acuáticas, de donde pueden pasar al ser humano por la ingesta de pescado y otras especies marinas. Sin embargo, la importancia que tienen estos productos para la exposición humana sigue sin estar del todo clara. Para intentar responder a esta pregunta, un grupo de investigadores liderados por del doctor Qiu de la Universidad de Ciencia y Tecnología del Sur, en Shenzhen, China, ha publicado un artículo en la revista Science en el que evalúan globalmente los riesgos de exposición humana a PFAS por el consumo de pescado marino. Los autores concluyen que dicha exposición es generalmente baja y, en general, se ha reducido con la eliminación gradual de la producción de PFAS, pero también advierten que el mercado internacional de productos del mar es responsable de redistribuir estos riesgos de exposición a nivel mundial.
El doctor Qiu y demás colaboradores realizaron un análisis combinado de datos pesqueros y niveles de PFAS, principalmente PFOA y PFOS, en 212 especies de pescado marino combinando modelos de la red alimentaria marina, datos de pesca global y mediciones de PFAS en agua de mar de 3.126 sitios a lo largo de 20 años. El modelo, que también incluye el cálculo de índices de riesgo, fue validado midiendo las concentraciones de PFAS en 150 muestras de pescados marinos de 87 especies recolectadas en 14 países. Según sus resultados, los pescados de Asia (Arabia Saudí y Tailandia) y Oceanía (costa oriental de Australia) presentaban las concentraciones más altas de PFAS, en comparación con el promedio mundial. Por otro lado, los pescados de África y América del Norte tenían las concentraciones más bajas. Los autores también demostraron que los pescados marinos en niveles tróficos más altos contenían más PFAS que los de niveles más bajos y que los pescados de agua dulce presentan concentraciones de PFAS mayores que los pescados marinos (hasta un orden de magnitud). Así mismo, señalan que el comercio internacional de pescado redistribuye el riesgo de exposición a PFAS desde zonas con alta contaminación hasta regiones con baja contaminación. En Europa, por ejemplo, aunque el pescado no presenta los niveles más altos, sus países se pueden considerar como puntos clave para la distribución de PFAS a través del comercio de productos del mar.
El estudio concluye que, tras la inclusión de varios compuestos de PFAS en el Convenio de Estocolmo en 2009 y 2019, se observó una disminución significativa en el riesgo medio global a su exposición, lo que demuestra la necesidad de una mayor cooperación internacional y medidas regulatorias más estrictas para reducir la exposición humana a los ‘químicos eternos’ a través del sistema alimentario marino.