Un estudio publicado hoy en la revista Nature muestra que una breve intervención online permite reducir el estrés en adolescentes.
Juan Ramón - estrés
Juan Ramón Barrada
Psicólogo del Área de Metodología de las Ciencias del Comportamiento de la Universidad de Zaragoza
Psicológicamente hablando, podríamos decir que en nuestra vida no nos ocurren hechos, sino que interpretamos hechos que nos ocurren. El impacto psicológico viene determinado por la percepción y la interpretación. Por ejemplo, ante una tarea altamente demandante que no sabemos si podremos sacar adelante de forma satisfactoria a la primera, cuando nuestras manos empiecen a sudar y el corazón se nos acelere, podemos considerar que el estrés es controlable y potencialmente beneficioso, puesto que nos prepara para la acción; o que el estrés es inherentemente negativo y reduce nuestro desempeño, salud y bienestar. Uno puede entender que nuestra habilidad para sacar adelante ciertas tareas puede desarrollarse con práctica y esfuerzo, o que es fija y no podemos mejorarla —por lo que, en el caso de fracasar, no tendría demasiado sentido seguir intentándolo—. En psicología, desde hace ya algunos años, se habla de “mentalidad de crecimiento” a interpretar que el estrés puede ofrecernos algo positivo y que nuestras habilidades pueden incrementarse, en contraposición con ver el estrés como inherentemente limitante y las capacidades como inmutables o fuera de nuestro control.
A lo largo de seis estudios, con muestras estadounidenses de más de 4.000 adolescentes y jóvenes de distintas clases sociales, los investigadores muestran cómo un pequeño y sencillo programa de intervención, online y de una media hora de duración, centrado en transmitir esta mentalidad de crecimiento, presenta efectos beneficiosos a varios niveles. Cuando los participantes han de pasar por situaciones estresantes propias de sus tareas y obligaciones en sus edades, estos (pequeños) efectos se muestran en medidas cognitivas (cómo interpretan lo que les ocurre), mejoras en bienestar psicológico, niveles fisiológicos más saludables o un mejor rendimiento académico. Estos efectos son más claros entre aquellos adolescentes y jóvenes que, al comenzar el estudio, presentan una baja mentalidad de crecimiento. Es importante enfatizar que la intervención, por su sencillez, puede extenderse fácilmente.
El estudio es completo en tareas y muestras. Los análisis resultan adecuados, si bien sorprende que se cambien algunos puntos de corte comunes como para entender que una intervención es efectiva. Este potencial problema, a mi entender, se diluye por la convergencia de resultados entre estudios.
De forma innecesaria, los autores intentan darle una lectura social a estos resultados. En un entorno en el que la salud mental de los adolescentes y jóvenes parece estar reduciéndose, los autores entienden que es necesario prepararlos para un mundo competitivo y altamente demandante y que esa mentalidad de crecimiento puede ser de ayuda. Intentan contraponer esto con una supuesta narrativa social por la que se fomenta la fragilidad de adolescentes y jóvenes y la evitación de lo que puede ser molesto. No ofrecen pruebas de esta narrativa ni indican que, ante un mundo competitivo, uno puede prepararse para la batalla, pero también intentar construir una sociedad en la que se reduzca la presión (esta segunda opción ni se comenta). El relato social que intentan cimentar con su estudio es gratuito, si bien esto no quita valor a una intervención que, de confirmarse, sería efectiva y generalizable a muchas personas fácilmente, por su bajo coste y facilidad de acceso