Los fármacos contra la diabetes y la obesidad como la liraglutida, la semaglutida y la tirzepatida se han anunciado en ocasiones como productos casi milagrosos, capaces de lograr pérdidas de peso del 20 % y sustituir a alternativas como la cirugía bariátrica.
“No hay duda de que la obesidad es una enfermedad crónica y recurrente, no se soluciona con fuerza de voluntad y esa idea ha hecho mucho daño porque se ha estigmatizado. El problema empieza con la epigenética durante el embarazo, luego con la genética, el cerebro… La comida es un punto muy pequeño entre todas las causas”, explicaba la endocrinóloga y coordinadora de la Unidad de Obesidad del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona Andreea Ciudin, en una sesión informativa organizada por el Science Media Centre España. La científica recordaba que “no existe la obesidad sana”.
“Sabemos que lo que condiciona la obesidad no es el enfoque individual, como la actividad física y la dieta, sino los determinantes que hacen que unas poblaciones puedan hacer más actividad física y comer mejor que otras”, explicaba el investigador en epidemiología social y cardiovascular de la Universidad de Alcalá Luis Cereijo. Por eso, apostaba por “ir a la raíz de los problemas para, en vez de provocar cambios en personas individuales, conseguir grandes cambios poblacionales”. En esto, aseguró, juegan un papel importante las estrategias de prevención como que “la gente tenga acceso a una actividad física de calidad”.
Fármacos: para quiénes y a qué coste
Respecto a los fármacos, Ciudin matizó su utilidad. “No son la panacea, no todos los pacientes responden igual y antes de iniciar el tratamiento hay que fenotipar el tipo de obesidad porque cada persona es diferente. Además, deben ir acompañados de dieta y ejercicio”. También explicó sus condiciones de uso: “[La liraglutida y la semaglutida] están aprobados a partir de un índice de masa corporal de 27 y financiados a partir de 30 con diabetes, por lo que servirían también para sobrepeso”. Esto implica que el 60 % de la población podría utilizarlos, pero en ambos casos se requiere receta.
“La semaglutida vale entre 150 y 180 euros al mes y la liraglutida entre 200 y 250 euros al mes, pero solo están financiados cuando la obesidad está asociada a diabetes y el índice de masa corporal supera 30”, aclaró. En niños a partir de 12 años también están aprobados, pero no financiados. “Si piensas que son cinco euros al día y dejas de tomarte el donut y el cortado para invertirlo en el fármaco, no sale tan caro, pero si piensas que tienes una enfermedad y que tienes derecho a un tratamiento financiado, es escandaloso”, comparó.
“La obesidad no es una enfermedad de decir ‘coma menos y muévase más’, hay que entender que comer mucho no es la causa, sino un síntoma. Los fármacos nos ayudan a hacer algo sobre ese síntoma, pero no se pueden usar solos”, añadió la endocrinóloga. También aclaró que todavía no hay suficientes evidencias sobre cuánto tiempo deben tomarse: “Ahora mismo es ensayo y error, el mismo traje para todos, y hay que avanzar ahí”.
Un problema que requiere soluciones políticas
Cereijo defendió que la obesidad debe ser tratada con un enfoque poblacional que “solo puede estar en manos de los políticos”. Sin embargo, añadió: “Hemos aceptado que la actividad física tenga un coste inaceptable para la población. Cuando hay elecciones municipales miro los programas y en muchos ni aparece la palabra deporte”. Por eso lamentó: “Cuando como sociedad optamos por un fármaco, estamos renunciando a todo un abanico de beneficios alternativos que van más allá de la obesidad, porque privamos a la gente de momentos de felicidad y socialización”.
Ambos expertos explicaron que la culpabilización y la estigmatización son problemas que no ayudan a atajar las causas últimas de la enfermedad. “Dile a una persona que trabaja demasiadas horas que a las 8 de la tarde saque la energía para ir a correr sola al parque. Decimos que no pain, no gain, [sin dolor no hay recompensa, en castellano] pero es que hay gente que vive su día a día en el pain y no gain. Lo único que se plantea es hacerle más cara la lata de refresco, cuando igual es su único momento de felicidad. Hay que hacer que tenga mejor capacidad económica y condiciones sociales”, concluyó Cereijo. “La dieta y el ejercicio están asociados a la obesidad, pero también a la desigualdad porque dependen del tiempo. Es tener ese tiempo”.