Naciones Unidas, como toda buena película de suspense, nos tiene acostumbrados a finales no predecibles (y a veces de infarto) en los que solo podemos intuir el desenlace muy al final de la historia. Lo hemos visto en cada COP anual de cambio climático (este año será la COP27 y seguimos contando COPs) y lo hemos vuelto a ver en la última Conferencia Intergubernamental (IGC-5) para la “Conservación y Uso Sostenible de la Biodiversidad Marina en Aguas Más Allá de la Jurisdicción Nacional”, es decir, el conocido como “Tratado de los Océanos” o Tratado BBNJ (Biodiversity Beyond National Jurisdiction). Esta conferencia ha sido suspendida hace unos días sin alcanzar, de nuevo, un acuerdo final.
Este lento mecanismo de negociación multilateral –que la activista climática Greta Thunberg bautizó como “blablablá” – es justificado por los Estados por la necesidad de un consenso, pero es importante recordar que en estas negociaciones nos jugamos el clima de las futuras generaciones o la salud de los océanos. Y en cada retraso sin alcanzar soluciones, los problemas globales se agravan.
En cada retraso sin alcanzar soluciones, los problemas globales se agravan
Las discusiones sobre el posible Tratado BBNJ comenzaron en Naciones Unidas en 2006 y las negociaciones formales se pusieron en marcha en 2015 con un Comité Preparatorio (PrepCom) y la posterior Conferencia Intergubernamental o IGC. El Tratado debía concluirse en un máximo de 4 sesiones (IGC-1 a IGC-4). IGC-5 representa una sesión de gracia, como en los exámenes de la universidad, y se ha tenido que parar, que no concluir, ante la imposibilidad de alcanzar un acuerdo.
Después de un proceso de más de 16 años de duración, solo media sesión nos separa de la palabra fracaso, una palabra que hoy llena los titulares de todos los periódicos internacionales. Esperemos, no obstante, y yo lo espero, que la reanudación de la última sesión, posiblemente en primavera de 2023, nos ofrezca el Tratado que todos deseamos. Un Tratado que fue prebautizado por el Secretario General de la ONU, António Guterres, como “el Acuerdo de París de los Océanos”, todo un indicador de su gran importancia.
Los elementos de la negociación
El futuro tratado para las aguas internacionales se compone de cuatro elementos principales:
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Los recursos genéticos marinos, incluyendo la distribución entre todos los Estados de sus posibles beneficios.
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Las herramientas de gestión espacial como las importantes Áreas Marinas Protegidas internacionales.
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Las evaluaciones de impacto ambiental en aguas internacionales.
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El fortalecimiento de las capacidades de los países en desarrollo, incluida la transferencia de tecnología marina desde los países más desarrollados.
Las evaluaciones de impacto ambiental son un elemento particularmente importante porque no existe, en la actualidad, una autoridad competente global para su implementación y monitorización. Muchas actividades en aguas internacionales no tienen la obligación de llevar a cabo estas evaluaciones y aquellas que lo hacen difieren en sus requerimientos y en su ejecución. El nuevo tratado proveerá consistencia y certeza legal, establecerá salvaguardas para los ecosistemas marinos, iniciará mejores prácticas y considerará los impactos acumulativos. Las discrepancias de la última conferencia (IGC-5) se han centrado en los umbrales requeridos para que estas evaluaciones se deban iniciar, o en el poder o capacidad de decisión de la futura Conferencia de las Partes (COP) que gestionará la implementación del Tratado.
Las perspectivas de los Estados también varían en relación a las llamadas herramientas de gestión espacial, que tienen por objetivo conservar y usar de una manera sostenible áreas que requieren protección, incluyendo de manera muy relevante la creación de una red mundial de Áreas Marinas Protegidas conectadas y representativas de los principales ecosistemas. El Tratado es fundamental para que estas Áreas Marinas Protegidas cubran el 30% del océano global para el año 2030 (el llamado objetivo 30x30), lo que permitirá proteger de manera efectiva la biodiversidad marina.
El Tratado es fundamental para que las Áreas Marinas Protegidas cubran el 30% del océano global para el año 2030
Se ha estimado que prácticamente todas las Áreas Marinas Protegidas, por ejemplo, en el Atlántico Noreste, estarán impactadas por el cambio climático en las próximas décadas. Por un ello, una consideración clave para el futuro Tratado será garantizar que las Áreas Marinas Protegidas y las demás herramientas de gestión espacial puedan adaptarse a los cambios espacio-temporales de las especies, ecosistemas y hábitats que intentamos conservar ahora y en el futuro.
Los recursos genéticos marinos, el primer elemento del Tratado, sigue siendo el mayor obstáculo para alcanzar un consenso en la Conferencia, especialmente, en lo relacionado con la distribución de los beneficios monetarios derivados de su comercialización. Ello nos indica, tristemente, el mayor peso de las consideraciones económicas frente a las medioambientales en las negociaciones internacionales.
Otros desacuerdos incluyen la retroactividad del Tratado, y la terminología en torno al acceso a los recursos genéticos marinos y sus derivativos (proteínas, DNA), que pueden son accesibles no sólo in situ sino también a partir de bio-repositorios (acceso ex situ), bases de datos genéticas (acceso in silico) y cultivos celulares (acceso in vitro). El tecnicismo de las definiciones y las regulaciones para el acceso y utilización de estos recursos son aspectos clave en la negociación, especialmente, para los países en desarrollo que tienen dificultades en realizar este tipo de investigación.
La necesidad de un sistema más eficaz
Un Tratado obtenido por consenso de los 168 Estados participantes es un acuerdo robusto, pero, a su vez, esta metodología tiene limitaciones como ha puesto de manifiesto el Tratado BBNJ, todavía no nato. Las negociaciones se prolongan excesivamente en el tiempo mientras los problemas que intenta solucionar incrementan; cualquier Estado tiene la capacidad de bloquear o dilatar en el tiempo el acuerdo por razones diferentes al interés general; y para obtener un consenso final puede ser necesario tener que rebajar los objetivos a tal nivel que su puesta en marcha no es eficaz para los problemas que se pretenden solucionar, como observamos en las negociaciones sobre cambio climático. Igual deberíamos dotarnos de una metodología más adecuada para los desafíos de nuestro tiempo.
Dicho esto, quiero destacar que la última sesión del Tratado de los Océanos (IGC-5) es lo más cercano que se ha llegado a alcanzar un consenso y recordar, como nos enseñó Richard Feynman, que si nos centramos únicamente en los fallos continuaremos sufriendo, mientras que si nos centramos en las lecciones, continuaremos creciendo.