La reciente edición de EMBO Reports ha puesto el foco en los desafíos que enfrenta la investigación científica en un contexto de creciente presión política, especialmente en Estados Unidos. La nota editorial de Bernd Pulverer, titulada Bajo presión (Under Pressure en inglés), analiza cómo medidas como los recortes presupuestarios, las restricciones migratorias y la censura de terminología científica (“sesgo”, “género”, “trauma” o incluso “mujer”) están erosionando la infraestructura académica y médica del país y afectando al conjunto de la ciencia mundial, que está altamente interconectada.
Estas injerencias no se limitan a la biología: el cambio climático también está en el punto de mira. Por ejemplo, los recortes de personal en agencias como la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA por sus siglas en inglés) y la eliminación de referencias a "crisis climática" en informes federales han debilitado la capacidad para monitorizar fenómenos extremos, esenciales para políticas de adaptación.
Una muestra de creciente tensión en el sistema científico es que hechos que pueden ser accidentales, como el reciente colapso temporal de PubMed y PubMed Central (PMC), encendieron todas las alarmas, puesto que estos sistemas, gestionados por el Centro Nacional para la Información Biotecnológica (NCBI) de Estados Unidos, son vitales para acceder a 35 millones de artículos científicos.
Junto a la nota editorial escrita por Pulverer, dos artículos complementarios profundizan en aspectos críticos: el impacto del límite del 15 % a los costes indirectos de los Instituto Nacionales de Salud (NIH) —explorado por Shina Caroline Lynn Kamerlin y Mikael H. Elias— y la fragilidad de las bases de datos esenciales para la biología y biomedicina, tema abordado por mí.
El enorme progreso científico logrado tras la Segunda Guerra Mundial, basado en la cooperación internacional, podría verse comprometido por nuevas barreras proteccionistas
El enorme progreso científico logrado tras la Segunda Guerra Mundial, basado en la cooperación internacional —como el modelo europeo de colaboración transnacional— podría verse comprometido por nuevas barreras proteccionistas. Estas políticas ignoran que la economía del conocimiento no es un juego de suma cero, como señala Kiko Llaneras en El País, sino una red donde la apertura multiplica los beneficios. Ejemplo de ello son iniciativas como el European Molecular Biology Laboratory (EMBL), con sedes en cinco países, que resulta esencial para la vertebración de la biología y biomedicina en Europa.
La fragilidad de los sistemas de gestión de datos
En este contexto internacional marcado por la inestabilidad, la reciente retirada de información de salud pública por parte de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC) ha puesto de manifiesto la fragilidad de los sistemas de gestión de datos. Pulverer advierte en su artículo de que los recortes y la politización de los CDC ponen en peligro recursos críticos para la salud pública. Entre los datos en riesgo destacan: los referentes a vigilancia de brote epidémicos como los registros de covid-19, gripe aviar y ébola; los referentes a las desigualdades en salud, como los datos de mortalidad materna o acceso a vacunas; los datos sobre contaminación, como niveles de plomo en niños o en zonas vulnerables, o la información sobre violencia de género, como las estadísticas de agresiones a mujeres.
La pérdida o manipulación de estos datos no solo frenará la investigación, sino que dejará a millones de personas en la oscuridad frente a crisis sanitarias. Además, los CDC han enfrentado recortes de personal y el cierre de programas clave, como los dedicados a enfermedades tropicales desatendidas, limita su capacidad para anticipar y gestionar futuras pandemias.
La pérdida o manipulación de datos no solo frenará la investigación, sino que dejará a millones de personas en la oscuridad frente a crisis sanitarias
Frente a la fragilidad de estos sistemas centralizados, en mi artículo destaco proyectos como el Protein Data Bank (PDB), que demuestran el poder de la cooperación internacional. Esta base de datos, esencial para la biología estructural, es mantenida por tres nodos principales: RCSB PDB (Rutgers University y UC San Diego, EE.UU.), PDBe (European Bioinformatics Institute, Reino Unido) y PDBj (Osaka University, Japón). Con más de 200.000 estructuras de proteínas accesibles globalmente, el PDB fue clave para el Premio Nobel de Química 2024, basado en sistemas de inteligencia artificial. Los galardonados reconocieron públicamente que sin los datos abiertos y estandarizados del PDB, sus desarrollos hubieran sido imposibles. Este caso es un ejemplo claro de cómo la colaboración que transciende fronteras acelera descubrimientos que benefician a la humanidad.
Una versión especialmente relevante de sistemas descentralizados es el European Genome-Phenome Archive (EGA) y su versión federada (fEGA), que ofrecen un modelo innovador para gestionar datos médicos sensibles. Coordinado por el European Molecular Biology Laboratory’s European Bioinformatics Institute (EMBL-EBI) y el Centro de Regulación Genómica (CRG) en Barcelona, EGA almacena sus datos en el Barcelona Supercomputing Center (BSC-CNS) y en el propio EBI, con financiación clave de la Fundación “la Caixa” en España. Sin embargo, su verdadera fortaleza radica en la versión federada (fEGA), diseñada para cumplir con la estricta legislación europea de protección de datos, como el Reglamento General de Protección de Datos (GDPR) y futura EHDS. En este sistema, España, Finlandia, Alemania, Noruega, Suecia, Polonia y Portugal conservan datos genómicos confidenciales en sus territorios. Mediante protocolos de descubrimiento, acceso y análisis federado permiten a los investigadores analizar información sin moverla físicamente, respetando normas éticas y legales.
Este enfoque no solo evita conflictos regulatorios, sino que facilita estudios transnacionales en áreas críticas como el cáncer infantil o enfermedades raras. La incorporación de Canadá a fEGA la semana pasada—un hito destacado en Nature Genetics— demuestra cómo la colaboración internacional puede superar barreras geopolíticas, manteniendo la soberanía de los datos.
El deterioro de la ciencia en Estados Unidos no es un problema local, sino una amenaza global. Si no se contiene, podría debilitar la capacidad colectiva para responder a pandemias, crisis climáticas o desigualdades en salud. Europa tiene la obligación ética y estratégica de actuar. Iniciativas como ELIXIR, que integra recursos bioinformáticos de 23 países, o EUCAIM, para el análisis federado de imágenes médicas, demuestran que la colaboración transnacional es viable. Sin embargo, exige compromisos firmes: mantener financiación estable, rechazar la desregulación y ampliar redes de colaboración en forma de bases de datos descentralizadas.
Europa debe liderar alianzas globales para evitar que el vacío dejado por Estados Unidos se convierta en daño irreversible
Además, la fuga de talento desde Estados Unidos —con un aumento del 100 % en solicitudes a la Sociedad Max Planck (Elias et al., 2024)— ofrece una oportunidad para fortalecer el ecosistema científico europeo. Pero esto no basta. Europa debe liderar alianzas globales, como el PDB o fEGA, gestionados por consorcios internacionales, para evitar que el vacío dejado por Estados Unidos se convierta en daño irreversible.
En opinión de los autores, Europa debe:
- Fortalecer la organización y financiación de recursos descentralizados.
- Expandir alianzas, incorporando más países —como el caso de fEGA y Canadá— y sectores (por ejemplo, industria farmacéutica) para evitar brechas tras un posible repliegue de EE.UU.
- Promover estándares globales que garanticen la interoperabilidad sintáctica y semántica de los datos.
La oportunidad y el deber de Europa
Los artículos de EMBO Reports no solo exponen riesgos, sino que trazan soluciones. Frente a recortes como los de los NIH —que podrían costar a universidades estadounidenses hasta 4.000 millones de dólares anuales— y la fragilidad de sistemas centralizados, la apuesta por modelos descentralizados y colaborativos emerge como una necesidad. La ciencia, intrínsecamente global, requiere estructuras que resistan presiones locales. Proyectos como el EGA federado son faros de esperanza: cuando el conocimiento se comparte con seguridad y visión colectiva, la innovación perdura.
Precisamente porque la capacidad e infraestructura de la ciencia en Estados Unidos son esenciales para la investigación y salud públicas, Europa debe estar preparada para acoger y financiar infraestructuras claves y el talento que no van a encontrar su sitio en Estados Unidos.
Europa tiene la oportunidad —y el deber— de liderar un nuevo paradigma donde los datos sean libres, seguros y accesibles
En esta situación Europa tiene la oportunidad —y el deber— de liderar un nuevo paradigma donde los datos sean libres, seguros y accesibles, con una responsabilidad en su mantenimiento repartida entre instituciones y agencias financiadoras. En un mundo donde figuras públicas promueven remedios sin base científica —como el secretario de Salud Robert F. Kennedy Jr.—, la descentralización se convierte en un acto de resistencia, para evitar un colapso cuyas consecuencias pagarán las generaciones futuras.