Reacción a "Reacciones a la aprobación de la nueva Ley de la Ciencia "
Lluís Montoliu
Investigador en el Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC) y en el CIBERER-ISCIII
El Congreso ha aprobado finalmente la nueva Ley de la Ciencia, que sustituirá a la anterior, de 2011, tras rechazar la enmienda introducida en el Senado que introducía una excepción en la contratación indefinida que marca la reforma laboral para los investigadores contratados a cargo de proyectos europeos competitivos. Creo que era importante que todos los investigadores contratados a cargo de los proyectos científicos, sin distinción y sin importar la fuente de financiación, pudieran acogerse a los beneficios de la reforma laboral.
Esto exigirá a las instituciones, universidades y centros de investigación adaptar los procedimientos administrativos para gestionar el inicio y la terminación de estos contratos, con sus correspondientes indemnizaciones actualizadas, como el resto de trabajadores. El grupo parlamentario ERC ha anunciado un acuerdo al que ha llegado con el Gobierno, a través del Ministerio de Ciencia e Innovación, para aumentar del 21 al 25% los costes indirectos de los proyectos financiados por la Agencia Estatal de Investigación, con objeto de poder hacer frente a estos sobrecostes de las indemnizaciones.
A la espera de conocer los detalles de este acuerdo, que también plantea estudiar un nuevo sistema de financiación para la ciencia, parece una buena noticia, siempre y cuando este incremento de costes indirectos no se detraiga del total del proyecto y se aumente de igual manera el monto total del mismo. La nueva Ley de la Ciencia incorpora diversas mejoras que, sin duda, mejorarán el sistema científico nacional, en particular, en referencia a todo el personal de investigación, desde las personas de gestión, técnicos, investigadores en formación, investigadores jóvenes, a los más consolidados. Hay un plan para aumentar progresivamente la financiación hasta el 1,25% del PIB, que seguramente será insuficiente, pero bienvenido sea. Se equiparan los derechos de los investigadores de diferentes orígenes. Se apuesta por reducir la burocracia administrativa. Se reestructura la carrera científica de los investigadores con un contrato predoctoral de cuatro años, seguido de otro postdoctoral, de tres a seis años, que terminaría con la contratación indefinida de estos investigadores, mientras siguiera existiendo financiación de la línea del laboratorio (no del proyecto concreto), que también podría terminar con un despido por causas objetivas, con su indemnización actualizada a 20 días por año trabajado.
También se reconvierte el Comité Español de Ética de la Investigación para que incorpore la tarea de actuar como una Comisión Nacional de Integridad Científica, órgano del que carecía nuestro país. En definitiva, tenemos la tercera Ley de la Ciencia de la democracia, tras las dos leyes anteriores de la ciencia, de 1986 y 2011, que hace avanzar en derechos laborales al personal de investigación y otras mejoras que son todas bienvenidas. Enhorabuena a todos quienes han trabajado durante varios años para conseguir este consenso parlamentario que es la nueva Ley de la Ciencia.
Sin embargo, no nos olvidemos de que el sistema científico español sigue necesitando una inyección sustancial de dinero estructural en los proyectos de investigación básica del Plan Nacional, la base de nuestro sistema, la que tenemos que cuidar especialmente, la que permite desarrollar proyectos a la clase media de la ciencia, la que puede dar en algunos casos los destellos de excelencia e impacto que siempre buscamos, olvidando que estos surgen solamente cuando hay suficientes proyectos en marcha bien financiados que respondan a multitud de preguntas. Las respuestas a ellas pueden generar beneficios inesperados al cabo de los años.
Cierto investigador español, experto en microbiología, descubrió hace 17 años cómo las bacterias se defendían de los virus que las infectaban. Siete años después, esa investigación básica sirvió de base a dos investigadoras para proponer una nueva herramienta para editar los genes de cualquier ser vivo y estas dos investigadoras acabaron recibiendo el Premio Nobel en 2020 por ello. Toda la comunidad científica en biomedicina ha pasado a usar universalmente estos nuevos métodos de edición genética. Y todo empezó por un proyecto de investigación básica.