La Agencia Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (IARC, por sus siglas en inglés) es un órgano de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Creado en 1965, dirige y coordina estudios sobre las causas del cáncer, su vigilancia internacional y epidemiología.
La IARC salta a los medios y al debate público de forma periódica a través de sus ‘monográficos’ (evaluaciones). En ellos un grupo de expertos internacionales evalúa los conocimientos científicos disponibles —tanto en seres humanos como en animales— para hacer una valoración cualitativa del riesgo que supone un determinado agente químico o biológico o actividad. Como resultado, este se clasifica en uno de los cuatro grupos existentes.
1. La clasificación solo refleja la fuerza de la evidencia
Las monografías de la IARC son cualitativas, no cuantitativas. En otras palabras: reflejan lo seguros que son los conocimientos de que dicho agente sea cancerígeno, no de cuánto lo es (magnitud del riesgo) ni de con cuántos tipos de cánceres se relaciona. La tarea encomendada a la IARC es la ‘identificación de riesgos’ –realmente, la identificación de productos o actividades que constituyen un peligro–, no la ‘valoración de riesgos’.
Por lo tanto, la clasificación no implica que los agentes del grupo 1 sean más cancerígenos que los del grupo 2B. Tampoco que los más de cien agentes clasificados en el grupo 1 supongan un riesgo idéntico entre ellos: aunque la carne procesada y el tabaco están en el mismo grupo, sabemos que fumar es muchísimo más peligroso que comer beicon.
2. No todos los agentes estudiados son iguales
Los agentes (sustancias, actividades) estudiados por la IARC son muy diversos. Van desde sustancias concretas, como el virus del papiloma humano, a exposiciones más complejas, como la contaminación del aire. También incluye actividades: por ejemplo, trabajar en determinadas industrias —como la textil— e incluso en el turno de noche.
3. Estudios en animales y en seres humanos
La clasificación se basa en estudios epidemiológicos con seres humanos que analizan la incidencia del cáncer en relación con el agente de interés, pero también en experimentos con animales. Estos últimos pueden ser suficientes para subir un nivel en la clasificación en determinadas ocasiones.
Así, un agente puede ser colocado en el grupo 1 aunque la evidencia sea “menor que suficiente” en seres humanos, siempre y cuándo exista “suficiente” evidencia en modelos animales y una “fuerte” evidencia en personas.
Además, la clasificación también valora los conocimientos existentes sobre uno o más mecanismos biológicos que expliquen el efecto cancerígeno.
4. La lista está en constante actualización
Ninguna clasificación está escrita en piedra, sino que depende de los conocimientos científicos disponibles en un momento dado. Casi la mitad de los más de 1000 agentes analizados hasta la fecha pertenecen al grupo 3. Esto quiere decir que el agente “no es clasificable por su carcinogenicidad para los humanos”. Esta categoría es usada “cuando la evidencia en humanos es inadecuada, la evidencia en animales es limitada o inadecuada y la evidencia mecanística es limitada o inadecuada”.
Es importante tener en cuenta que la “evidencia limitada de carcinogenicidad en animales experimentales significa que el conocimiento disponible sugiere un efecto carcinogénico, pero que este no es conclusivo”. En otras palabras: que un agente esté en el grupo 3 no garantiza que este no sea cancerígeno, sino que no existen conocimientos suficientes y, por lo tanto, que hace falta más investigación al respecto.
5. La IARC no está exenta de controversias
Un espectro muy amplio de investigadores ha explicado cuáles son las fortalezas, debilidades y aportaciones de las evaluaciones de la IARC. La tarea de este órgano es la identificación de riesgos, no su valoración ni gestión, ya que no puede dictar a los gobiernos qué hacer.
La metodología de la IARC no evalúa los riesgos que conlleva la exposición, la probabilidad de desarrollar cáncer o el nivel de exposición necesario para hacerlo.
Además, la industria suele criticar las decisiones del órgano de catalogar sus productos en los grupos 1, 2A y 2B. Así, las monografías de la carne, el pesticida glifosato y la radiación de los teléfonos móviles han despertado polémica en el pasado.