Un estudio publicado en la revista Science analiza los posibles beneficios climáticos de la forestación –tanto plantar árboles para crear nuevos bosques como reforestar antiguos– de las tierras áridas del planeta. Los autores demuestran que el efecto de enfriamiento de la forestación de esta vasta zona solo equivaldría a una disminución de aproximadamente el 1 % de las emisiones de gases de efecto invernadero previstas en los escenarios climáticos de emisiones medias y sin cambios.
Francisco Lloret - plantar árboles
Francisco Lloret
Catedrático de Ecología de la Universidad Autónoma de Barcelona e investigador del CREAF
El estudio aporta un elemento más para el cálculo a escala global del efecto de la aforestación (plantación de nuevos bosques) masiva en el clima del planeta, una acción en la agenda de gobiernos y organismos internacionales. El trabajo se centra en regiones áridas del planeta, donde dicho efecto no ha sido suficientemente estimado, debido a la baja productividad de sus ecosistemas. La aportación del estudio corresponde al balance entre (1) la reducción de temperatura, resultado de la captura de CO2 atmosférico por parte de los bosques, y (2) el calentamiento causado por la vegetación al absorber la radiación solar y evitar que se refleje y retorne al espacio –este fenómeno recibe el nombre de albedo –. Los cálculos del estudio muestran que este balance resulta en una retirada por parte de estos bosques nuevos de 9,7 Gigatoneladas (mil millones de toneladas) de carbono atmosférico hasta 2100, una cantidad sensiblemente inferior a estimaciones previas que no consideraban el efecto del albedo.
Sin embargo, como reconocen los autores, el cálculo del efecto global de esta aforestación no es completo. La vegetación también tiene un efecto enfriador del clima, al promover que el agua en fase líquida del suelo pase a la atmósfera como gas. De hecho, el agua juega un papel fundamental en la regulación del clima, que no ha sido abordado en el estudio. Además, el propio crecimiento de los bosques depende de la disponibilidad de agua, la cual no depende solo de la temperatura y la precipitación, sino de la existencia de suelos suficientemente desarrollados que permitan que sea absorbida por las raíces de los árboles. Es decir, la capacidad de que se desarrollen bosques en climas áridos no depende exclusivamente del clima. Además de la existencia de suelos adecuados, el crecimiento de los bosques en climas cálidos y secos se enfrenta a problemas como los incendios y las plagas forestales.
El estudio muestra que la aportación al balance final de las distintas regiones áridas del planeta difiere considerablemente. De hecho, las características locales son sumamente importantes para el éxito de los objetivos de estas aforestaciones, y la escala global del estudio es difícilmente extrapolable a territorios más reducidos, como la Península Ibérica. Es fundamental reconocer que los ecosistemas proporcionan múltiples servicios, no únicamente la captura de CO2, sino también la regulación de los recursos hídricos y el mantenimiento de la biodiversidad, entre otras. Sabemos que la intensificación de usos en el territorio maximiza algunos de estos servicios, a menudo en detrimento de otros. Por eso, aforestaciones masivas sin atender a las especificaciones locales y a la compatibilidad de esa multiplicidad de servicios no parece una buena solución a la crisis ambiental que padecemos. Estas cuestiones no son objeto de estudio del artículo.
Susana Gómez - plantar árboles
Susana Gómez
Profesora Titular del departamento de Biología-IVAGRO de la Universidad de Cádiz
Debemos interiorizar que la solución al calentamiento global no puede descansar en las plantaciones de árboles. Según Shani Rohatyn y col., las forestaciones (plantaciones de árboles en zonas no forestales) tienen una capacidad limitada de “enfriar” el planeta, cuando se considera la reducción del albedo. A pesar de este mensaje, el estudio propone áreas específicas donde las forestaciones sí podrían ser efectivas para este fin.
En este sentido, es importante señalar que forestar áreas que naturalmente no tienen árboles, como los matorrales o pastizales de zonas semiáridas, puede erosionar la biodiversidad, reducir la capacidad de los suelos de almacenar carbono de forma estable, disminuir la disponibilidad de agua e incrementar la severidad de los incendios. Esto pondría en duda el beneficio de estas forestaciones, incluso en las zonas potencialmente “enfriadoras” que se proponen en este estudio.
La solución al cambio climático debe enfocarse en reducir nuestras emisiones, hacer nuestros sistemas productivos más sostenibles y restaurar el equilibrio de los ecosistemas y la biodiversidad. A veces la mejor forma de avanzar es dar un paso atrás.
Lluís Brotons - plantar árboles
Lluís Brotons
Investigador del CSIC en el CREAF y co-coordinador del Laboratorio de Biodiversidad y Ecología del Paisaje
Me ha sorprendido que en un contexto de cambio climático y aforestación no se hable del riesgo de incendio. El estudio concluye que la contribución de las políticas de aforestación en zonas áridas no es muy importante, pero es que si incluimos los posibles riesgos derivados del incremento en la inflamabilidad de estos nuevos bosques en condiciones de cambio climático, su posible contribución a la fijación de carbono futura estaría sobreestimada.
Esto reforzaría aún más si cabe las limitaciones de la aforestación a gran escala en zonas áridas, como las que prevalecen en una gran parte de la península ibérica, si los objetivos planteados son puramente de mitigación climática.
- Artículo de investigación
- Revisado por pares
- Modelización
Shani Rohatyn et al.
- Artículo de investigación
- Revisado por pares
- Modelización