Si pensamos en una vacuna, solemos visualizar un fármaco inyectable que incluye un patógeno —o parte de él o solo material genético de este— y que su objetivo es evitar enfermedades. Sin embargo, en los medios de comunicación oímos hablar de las vacunas del cáncer —que no se dirigen contra un microorganismo y, además, no suelen ser preventivas sino terapéuticas—, de las vacunas del virus respiratorio sincitial (VRS) —una de las cuales es, en realidad, un anticuerpo— e, incluso, de “vacunas contra el colesterol”.
¿Es correcto el uso del término vacuna en tantos casos? ¿Qué es realmente una vacuna? Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos definen una vacuna como “una preparación que se usa para estimular la respuesta inmunitaria del cuerpo contra las enfermedades”.
Por su parte, los Institutos Nacionales de la Salud (NIH, por sus siglas en inglés) también de Estados Unidos, la definen como una “sustancia o grupo de sustancias destinadas a estimular la respuesta del sistema inmunitario ante un tumor o ante microorganismos, como bacterias o virus”.
En otras palabras: la clave para hablar de ‘vacuna’ no está en que protejan de microorganismos, sean preventivas o inyectables, sino que estimulen nuestro sistema inmunitario.
¿Tiene que ser preventiva?
La idea que tenemos de las vacunas es que son fármacos preventivos que evitarán que enfermemos de gravedad si entramos en contacto con el patógeno en cuestión.
Sin embargo, algunas de las vacunas más conocidas y antiguas se usan también a posteriori. Es el caso de la vacuna de la rabia: aunque se emplee de manera preventiva en personas que tengan riesgo de contraer la enfermedad, también se utiliza como tratamiento —junto con anticuerpos— una vez se ha producido el contacto con un animal enfermo. Sin ella, la letalidad es prácticamente del cien por cien.
Otro ejemplo es el de la vacuna antitetánica. De nuevo, aunque puede usarse de forma preventiva, se puede recurrir a ella tras un contacto de riesgo. En este caso, además, la sustancia no incluye partes inactivadas del patógeno, sino de la toxina que genera la bacteria Clostridium tetani, desprovista de su toxicidad. Por este motivo, al referirse a esta vacuna en círculos técnicos se utiliza en ocasiones el término “toxoide”.
En cuanto a las vacunas contra el cáncer, son una forma de inmunoterapia que, en general, no es preventiva, sino terapéutica. Su funcionamiento es similar al de las vacunas tradicionales porque también educan a nuestro sistema inmunitario para que luche contra un tumor.
¿Tienen que inyectarse?
Muchas vacunas se inyectan, pero no todas. Por lo tanto, una vacuna puede serlo, aunque se tome de forma oral. El ejemplo más conocido es la vacuna oral de la polio (OPV) desarrollada por Albert Sabin a finales de los años 50 del siglo pasado, y que todavía se utiliza en la actualidad. También existen vacunas nasales contra la gripe, que en España se utilizan en niños de entre 2 y 5 años.
¿Tienen que protegernos de microorganismos como virus y bacterias?
Como hemos visto, no siempre. Las vacunas contra el cáncer, que entrarían en la definición de vacuna de los NIH, no actúan contra microorganismos. Además, algunas de las vacunas más famosas no incluyen microorganismos ni actúan contra ellos. A la vacuna antitetánica mencionada anteriormente se suma la de la difteria, que también es un toxoide. Ambas se administran juntas en la vacuna DPT —que también incluye la vacuna contra la tosferina—.
¿Tienen que estimular el sistema inmunitario?
Esta es la característica que comparten todas aquellas sustancias que suelen recibir el nombre de vacunas. Por eso, las definiciones de los CDC y los NIH podrían incluir a la inmunoterapia contra el cáncer a la que también llamamos “vacunas”.
Sin embargo, estas definiciones no incluirían a los anticuerpos monoclonales como el nirsevimab de la llamada ‘vacuna’ contra el VRS. Esto se debe a que las vacunas deben “entrenar” a nuestras defensas e inducir inmunidad activa —que es de larga duración y permite al cuerpo recordar al patógeno en el futuro— y no pasiva, como la que ofrecen en general los anticuerpos —que es de corta duración, ya que el cuerpo no será capaz de generar anticuerpos nuevos si lo necesita en el futuro—.
Más sencillo resulta determinar que el fármaco inclisirán, muy citado recientemente en la prensa, no se trata de una ´vacuna contra el colesterol´. Aunque se ha utilizado esta denominación, su funcionamiento no tiene nada que ver y no afecta para nada a la inmunidad: el fármaco consiste en un ARN que, al entrar en las células del hígado, bloquea la producción de una proteína importante en el metabolismo del colesterol.